miércoles, 17 de septiembre de 2014

La gran inundación

Puerto Iguazú
Llegando a Iguazú amainó un poco el agua y paramos en una oficina de turismo sobre el camino de acceso a preguntar por campings, no queríamos resignarnos sin antes averiguar el estado en que estaban, aun que no guardábamos muchas esperanzas, sabíamos que iban a ser un barrial. Pero ni siquiera fuimos a ver si había mucho barro o no después de que nos dijeran el precio: 80 pesos por persona, mas carpa, mas vehículo... están locos. En otro lugar nos dijeron que el mas barato salía $65, entonces no, camping no iba a ser, al menos no por esos días hasta averiguar mejor por otros, estaba seguro que alguna opción mas económica tenía que haber. Para esa noche, y las dos siguientes, conseguimos una habitación con baño privado, aire acondicionado y televisión, por el mismo precio que nos habían dado de los campings.



Tres días más estuvo lloviendo sin parar, nunca había visto algo así, día y noche lloviendo a baldazos. La ropa no se secaba y sobretodo mis botas, que después de tanto tiempo mojadas ya empezaba a considerar tener que tirarlas, el olor me daba la razón.

El camping
Pero entonces el domingo a la tarde el cielo despejó, y pudimos mudarnos a un camping un poco mas accesible y bien cerca del centro, así caímos a "La Modista", un camping bien rústico, literalmente en una jungla, que tiene todo de bueno salvo sus dueños. No voy a dar muchos detalles por no hablar mal de quien no tiene derecho a réplica, pero el trato allí es a veces cordial y a veces tan irrespetuoso que te dan ganas de mandarlos a la mierda. En fin, allí nos quedamos, ese día y los siguientes diez.

La tregua del agua duró sólo eso, la tarde del domingo, porque el lunes y los días siguientes continuó el aguacero. Tuvimos entonces la oportunidad de conocer otros dos personajes entrañables del viaje: Gelia & Pletsch. Pletsch, también conocido como Esteban, es un artesano viajero, y en eso lleva unos diez años.  No sé bien cómo ni hace cuánto, pero en uno de esos viaje conoció a Gelia, una catalana que no aguanta mas que un par de meses en Barcelona antes de agarrar la mochila y salir de viaje nuevamente, y ahora estaban los dos ahí, en Iguazú, maldiciendo al cielo y esperando igual que nosotros la oportunidad de poder visitar las mundialmente maravillosas cataratas. Pegamos onda enseguida, algo menos atribuible a la coincidencia de edades entre ellos y nosotros que al hecho de que son gente tranquila, amable y con una fuente inagotable de historias que contar.



Pero también otros personajes adornaban esta obra. Entre los sucesivos grupos de muchachos que llegaban y se iban rumbo a Brasil a ver a la selección en el mundial, aparecieron Ismael y Rubén, dos no videntes, o para ser exactos con visión muy disminuida, cuyos diálogos y situaciones, te juro, parecían estar guionados. Ruben es un español de veintipocos años que vino a Argentina a visitar lugares turísticos con la idea de recopilar información sobre qué lugares son aptos para personas no videntes, e Ismael es el desafortunado que de casualidad se lo encontró en las calles de Mar del Plata, y se interesó en su proyecto. El tema es que Rubén es un poco malcriado e Ismael algunos años mayor que él, y con una santa y eterna paciencia le explicaba usos y costumbres, lo corregía, y aguantaba sus caprichos. Eran dos formas diferentes de llevar la misma discapacidad, Ruben la subrayaba todo el tiempo, caía en explicaciones al respecto de su problema, y parecía que todo giraba al rededor de eso. Para Ismael era sólo una cosa más, como quien tiene una verruga en la cara, o un dedo mas corto, su discapacidad no le impedía hacer nada y no la usaba de excusa para nada. Y no faltaba el momento en que al despedirse te tiraba un "chau, nos vemos!" mientras se iba sonriendo. Así, veías a este par ir al supermercado y volver con un par de pallets (enormes cajones de madera), hacerlos leña, encender el fuego, y cocinarse, todo mientras se peleaban y discutían desde las cosas mas triviales como cuánto pan comía cada uno hasta cosas tales como las invasiones españolas en la conquista de América. Pero sin duda fue con Gelia y con Pletsch con quienes trabamos mejor amistad y más charlamos en esos días.

El pájaro loco

Después de las lluvias vinieron algunos días lindos, pero ya era tarde, nos enteramos que el río y las cataratas crecieron de tal forma que el agua se había llevado las pasarelas que llegan a la Garganta del Diablo y al circuito superior del parque, por lo que todo el parque estaba cerrado. Pensamos en irnos, nadie sabía a ciencia cierta cuándo lo iban a reabrir, lo que sí se sabía eran algunos datos un poco escalofriantes: en esos días el río tuvo 30 veces su caudal normal. En el hito de las tres fronteras, el agua subió, verticalmente, unos 20 metros. Se hablaba de que no había ocurrido algo así en 35 años.. ¡35 años otra vez! Al igual que la nieve en Tafí del Valle... estábamos destinados a los eventos climáticos históricos.

El agua a la derecha ya había bajado unos metros


En esos días mientras esperábamos que se reabra el parque aproveché para trabajar. Aye se ocupó, y con éxito, de conseguir trabajo, era ahora una escritora freelance para un par de blogs de viajes. Pletsch "parchaba" por el centro de la ciudad y Gelia se ocupaba de ver cómo conseguir retirar dinero del banco, no sé qué problema es el que tenía.

George of the jungle!
Y un día, de pleno y radiante sol, abrieron el parque. Bueno, no todo, como ya dije las pasarelas superiores y las de la Garganta del Diablo ya no estaban, pero el agua había bajado lo suficiente como para recorrer los caminos inferiores, Macuco, y parte del superior. Fuimos con Ayelen un día, al siguiente fueron Ismal, Ruben, Gelia y Pletsch. La verdad, al principio el lugar no fue lo que esperaba. No fue un problema geográfico o climático, sino podríamos decir que social. Creo que había idealizado un poco el lugar, después de tanto prever la llegada, y pensé que iba a "conectar" más, estar tranquilo contemplando esa inmensidad como me pasó en el glaciar Perito Moreno, pero no fue así.
Fuimos a las pasarelas superiores y la mayor parte del tiempo estuvimos
esquivando jubilados que luchaban por sacarse una foto en la cual, detrás de 43 personas más, aparecía un pedazo de cascada. Avanzar por los caminos era casi imposible y eso me quema los pelos, no lo soporto, me quería ir. Hicimos el recorrido medio rápido y nos fuimos a hacer el camino de Macuco, a ver si la cosa estaba mas tranqui. Y fue así de hecho, mucha menos gente aunque claro, el lugar no es tan mágico.

A eso de las 4 de la tarde, después de disputarle el almuerzo a una manada de coatíes hijos de su madre (que nos robaron 2 sándwiches), decidimos darle una segunda y última oportunidad al paseo por las cataratas. Esta vez sí, los contingentes se habían ido y uno podía caminar, podía ver, podía escuchar las cataratas en vez de tener que aguantar los "¡Marta ponete allá que no salís!" y los empujones de gente va a tener que mirar bien sus fotos, porque el lugar no lo vieron. Llegamos hasta el final de las pasarelas habilitadas y ahí nos sentamos un rato, escuchando el ruido constante y ensordecedor.

"Hola, vengo a robarte un sámbuche"


Por fin, la lluvia había parado, la espera había terminado y pudimos algunos ver y otros sentir la fuerza del agua en ese lugar increíble, así que ahora cada cual ideaba su fuga. Los primeros en irse fueron los ciegos, los acompañé hasta la terminal y los vi subirse al micro hacia Córdoba, mientras discutían sobre no se qué cosa del paisaje del camino. Luego nos fuimos nosotros, con la idea de ir a Ciudad del Este y recorrer un poco del Paraguay, y por último, unos días después, dejaron el camping la pareja del nombre épico, a lo Bonie & Clide, Thelma & Louise o Starsky & Hutch, éstos eran Gelia & Pletsch.





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