jueves, 26 de junio de 2014

Hacia tierras cuyanas

Paso Cristo Redentor
Para volver de Chile a Argentina utilizamos el paso fronterizo Cristo Redentor que desemboca en la ruta 7 argentina. Del lado chileno el paso se llama Paso Los Libertadores y tiene la particularidad de tener los "caracoles", una seguidilla de 34 curvas cerradas que te elevan rápidamente y en las que hay que tener mucho cuidado sobretodo por la cantidad de camiones que circulan, los cuales tienen un viraje amplio y ocupan buena parte de cada curva.

Puente del Inca
Hecho ésto, quedaba atravesar el tunel que cruza los Andes y ya estábamos en tierras argentinas, sobre la ruta 7 donde a los pocos kilómetros uno puede cruzarse con el "Puente del Inca", una formación sedimentaria natural que cumplía la función, en los tiempos de los Incas, de puente entre ambas márgenes del río. El plan era llegar ese mismo día a Mendoza, pero los eventos se terminaron dando de otra manera.

Entre gigantes

Uspallata
Fundiciones de metales
Otro lugar que ya había conocido anteriormente, aunque sólo de pasada, era Uspallata, y la idea era similar para esta vuelta, pasarlo por alto, pero por suerte el cansancio pudo conmigo y al llegar decidimos que Mendoza podía esperar una noche mas. Menos mal que fue así, porque esa noche, un francés que turisteaba por Argentina (debe haber sido el séptimo u octavo que cruzamos en todo el viaje, por supuesto no fue el último) se acercó con una botella de vino en el camping en el que estaban tan sólo su carpa y la nuestra, y nos comentó de sus planes para el día siguiente, entre los cuales figuraba un cierto camino alternativo para ir a la ciudad de Mendoza, mucho mas pintoresco y entretenido que la ruta 7. Y como no teníamos apuro por llegar y yo la ruta 7 ya la conocía, fuimos a la mañana siguiente a ver de qué se trataba este camino que incluía antiguos hornos de fundición españoles, minas abandonadas y el hotel de Villavicencio a mitad de camino.


Al principio no le encontrábamos mucha gracia a este sendero, camino de ripio en general en buen estado aunque por momentos poseado, las ruinas jesuíticas eran interesantes hasta ahí nomás, y la excursión por la mina no nos pareció lo suficientemente atractiva como para pagar lo que pedían.
De camino a Villavicencio
Pero entonces apareció una curva, luego otra, y un barranco y casi sin darnos cuenta estábamos descendiendo por un camino de montaña con caídas de, por momentos, al menos 100 metros, y con una niebla que dejaba entrever sólo los filos mas cercanos, los cual le daba un misticismo aún mayor a este misterioso camino que se abría delante nuestro. Un mendocino que lea esto se preguntará "de qué misterio habla?". Bueno, esas son las cosas que me gustan de improvisar un viaje o un camino, no es que esa ruta sea misteriosa o guarde secretos para la humanidad, pero para nosotros, al no saber nada al respecto más que nos iba a llevar finalmente a Mendoza, nos parecía mágica cada curva, cada valle, cada mirador.

El lúgubre hotel Villavicencio
Llegamos a mitad de camino al hotel de Villavicencio, que vale la pena una parada. Si bien hay que pagar para hacer el recorrido, hay un tour opcional en el que uno se entera la historia de ese peculiar lugar de aristocracias de antaño. De ahí en adelante el camino sigue sin mayores sorpresas, ya sobre asfalto, hasta desembocar por el norte de la ciudad de Mendoza.




Mendoza
Cerro de la gloria
El plan en Mendoza era muy simple, visitar a los Alvarez, una familia que conozco desde chico, comprar un casco nuevo y trabajar algunas horas. A estas alturas ya había dejado el trabajo agobiantemente aburrido, vestigios de lo que había sido mi último trabajo formal, que hasta en breves 20 horas semanales (éso era lo que había arreglado con mis empleadores) lograba colmar mi paciencia, pero seguía con algunos proyectos paralelos que me daban mayor flexibilidad en cuanto a horarios y fechas de entrega. Preguntando por campings con el ya mencionado sistema PPS, caímos en el "Camping Suizo". No era el camping mas económico en el que os hemos quedado, pero realmente valía lo que uno pagaba. Bien organizado, con todos los servicios, despensa y una buena conexión de Wi-Fi, era todo lo que necesitaba para meter algunas horas de laburo.

La cárcel, digo, el Zoo de Mendoza
En el segundo día de camping, unos chicos alemanes y suizos jugaban mientras los padres preparaban sendos motorhomes para seguir con cualquiera fuese su itinerario. Uno de ellos, Aaron, se acercó y me preguntó en perfecto castellano, "¿vos hablás español o inglés?" Le respondí que "hablo español, inglés, und auch Deutsch" (y también alemán). "Auch Deutsch?" preguntó sorprendido, y nos quedamos hablando un rato, yo aprovechaba para practicar el idioma que bastante oxidado lo tenía, tanto que la conversación con este nene de 8 años no era un desafío, pero casi. Aaron entre otras cosas me contó de un señor que ellos habían encontrado en el camino, que estaba acampando y que no tenía nada de plata, y peor aún, que su carpa estaba rota, por lo que le regalaron una que ellos no usaban. Nos miramos con Aye y pensamos, será Juan de Ushuaia? Juan había dicho que iba a viajar al norte después de juntar dinero en La Plata pero había pasado poco tiempo de eso, por lo que sonaba improbable. Le preguntamos al chico cómo se llamaba ese señor y, sí, se llamaba Juan! Bueno puede ser una coincidencia, el nombre y la descripción no eran universalmente unívocos, pero nos quedamos con la idea en la cabeza de que tal vez fuera ese personaje que habíamos conocido en el fin del mundo.

Llegó el momento de ver a los Alvarez, y resulta que era justo el cumpleaños de Enrique, "Enriquito" o "quiquito" en otras épocas, así que amablemente fuimos invitados a participar del agasajo. Después de ponernos al día con Enrique padre e hijo, con la "tía" Carmen, con Mariana y Miguel, beso abrazo y hasta la próxima, que vaya a saber uno cuándo es, pero me gusta siempre visitarlos así que espero no pasen 4 años como desde la última vez.

Despidiéndonos de Leíto
Al día siguiente nos preparábamos a seguir viaje cuando me cae un mensaje al facebook, de Leo, preguntándome si andaba por Mendoza y que si era así, pasara a verlo y me quedara en su casa! ¡Leo Otarola! Claro, cómo me olvidé que él estaba viviendo desde hace un tiempo ahí, que ya no vivía en Neuquén, lugar donde mi memoria lo ubicaba. Leo vivió conmigo en mi departamento de La Plata durante muy poco tiempo hace ya algunos años, había llegado para estudiar psicología y por medio de un amigo en común terminó en mi casa. Lamentablemente no pudo seguir la carrera, pero la amistad sobrevivió al tiempo e incluso la falta de contacto, porque fueron varios los años que no nos hablamos. Pero ahí estaba su invitación y no podía decir que no. Así pues, la estadía en aquella ciudad se estiró un par de días, que sirvieron para adelantar trabajo pero no para conseguirme un casco nuevo, así que al retomar el camino, rumbo a San Juan, seguía yo con la misma porquería en la cabeza. Esta vez la esperanza estaba puesta en Tucumán, ciudad grande, ahí tienen que haber cascos, pensaba.

Camino a San Juan


San José de Jáchal
En San Juan no hay nada, dictaminaron los mendocinos que se enteraban que íbamos con ese rumbo. No voy a decir que es la tierra de las mil maravillas, pero decir que no hay nada es exagerar en sentido opuesto, porque el parque de Ischigualasto, donde esta el Valle de la Luna, está en San Juan y eso ya es algo importante. Visitamos ese parque, claro, pero antes pasamos por Jáchal en nuestra trepada por la ruta 40. El objetivo de ese día era llegar hasta donde dé, y dió Jachal, y no estuvo nada mal porque el camping municipal estaba muy bueno y era gratuito, el único problema fue el agua caliente para bañarse, que no había, pero el encargado de un kiosko interno amablemente nos permitió usar su baño, con lo cual ese inconveniente fue solucionado. Lo mas curioso de esta parada sin duda fue el momento de llegar al camping.

Conozcan a Juan
Como en muchos otros lugares, estando completamente fuera de temporada, los campings si no están cerrados, están vacíos, y si no están vacíos, a duras penas uno encuentra mas de una o dos carpas desparramadas por el predio. Al llegar al camping de Jáchal, ése fue el caso, una sola carpa armada estratégicamente cerca de los baños. El parque era grande pero no nos queríamos alejar mucho de los baños, así que nos estábamos por instalar a unos 20 o 30 metros de esa carpa, desarmando las cosas de la moto, se acerca un muchacho y me dice "Vi pasar la moto y no sabía si eran ustedes, así que me acerqué para estar seguro". Era Juan, Juan el de Ushuaia, Juan de Ensenada, Juan de Mendoza, Juan del camino.

Visitas inesperadas
Se había vuelto a Ensenada después de Ushuaia, tal como había contado, pero no se aguantó ni un mes y se fue de nuevo, de nuevo sin un mango, de nuevo a dedo, con la carpa y la mochila rota, se fue, a Mendoza y al norte. Pero su carpa esta vez estaba nueva, y le comentamos de ese nene suizo que en Mendoza nos contó la historia de un hombre pobre al que le regalaron una carpa, que nos había parecido que era él, y efectivamente de él se trataba! Serán coincidencias magnificadas por la poca gente moviéndose en temporada baja, pero no me extrañaría volver a encontrarlo, en Bolivia, Perú, o vaya uno a saber donde.

Dedicamos un día más a recorrer la zona, el pueblo de el Rodeo, con su embalse, la "garganta del río Jachal", sin embargo lo mas entretenido fue el camino sobre el cual todo esto se encontraba. Nada fuera de este mundo, pero es un camino de montaña, de cornisa por momentos, con curvas cerradas y ciegas, zonas de derrumbes y zonas derrumbadas! Entretenido sin dudas. Próximo destino, Valle de la Luna.

Embalse de El Rodeo


Ischigualasto - El gran escape
También conocido como Valle de la luna (aunque ésa es sólo una parte del mismo), el parque Ischigualasto fue nombrado, en conjunto con el lindante parque de Talampaya, patrimonio de la humanidad. Perdido en el medio de la nada, para llegar hasta ahí en moto tenes que estar seguro de la autonomía que tiene tu vehículo, porque a los 135 kilómetros desde Villa Unión en una dirección, y los 70 hasta Valle Fértil o los 90 hasta Patquía en la dirección opuesta, hay que sumarle 40 kilómetros de recorrido dentro del parque, que se hace en vehículo propio (aunque es posible sumarse a otros vehículos siempre dependiendo del lugar que les sobre y la buena onda de sus ocupantes). Una vez ahí, se puede acampar, y eso hicimos. No habíamos terminado de armar la carpa y aparece alegre y tocando la bocina a modo de saludo, otra pareja en moto. Por supuesto, eran franceses.

De fondo, los franceses.
Al frente, la cena
Viajaban en una Honda Africa Twin modelo 93, lo cual me llamó la atención ya que todos los europeos que habíamos cruzado hasta entonces estaban en motos bastante mas nuevas, generalmente BMW o KTM pero también Suzuki V-Strom o Transalp nuevas (aunque son generalmente los brasileros los que viajan en éstas últimas). Según Guillermo, tal era su nombre, en los países asiáticos es mucho mejor viajar en una Honda. Llevaba 11 meses viajando por el mundo con Laura, su pareja, y por lo que me comentaba los repuestos de BMW no se consiguen mucho por esos lares y son mas caros, así es que si los caminos quieren llevarnos a nosotros por esos rumbos, vamos a estar bien parados con nuestra Transalp.

Para el último recorrido por el parque habíamos llegado tarde, y si bien había un recorrido nocturno excepcional por estar con luna llena (en verdad menguante ya, ése era el último día que ofrecían tal recorrido), teníamos combustible para hacer sólo una vuelta y decidimos hacerla de día, al día siguiente. En las horas restantes aproveché el WiFi del hall central para trabajar un poco. A la noche cumplimos la promesa y descorchamos un vino sanjuanino, acompañando unas empanadas de carne del lugar. Golazo.

La caravana
Dia dos, nos sumamos a la caravana e hicimos el recorrido de 3 horas por el parque. Es realmente un lugar único, que vale la pena visitar si tenes los $100 que cuesta la entrada y las ganas de moverte hasta allá. Volvimos y nos pedimos una gaseosa y galletitas en la cafetería, y entonces al sacar la plata para pagar me doy cuenta que veníamos un poco escasos de recursos. Muy escasos. Aye paga lo que comimos y nos ponemos a hacer cuentas: si pagábamos el camping nos quedábamos sin plata y eso era un problema porque después, para cargar nafta, íbamos a necesitar efectivo, los pueblitos por los que pasaríamos no iban a tener opción de pagar con débito, y si bien estaba la opción de pagar con débito en el propio parque, estaban sin sistema y no sabían cuándo iba a volver.
Caminata lunar en el valle de la luna
Piensa rápido... "ya fue, nos vamos, levantamos campamento y salimos inmediatamente, son las 5 de la tarde, a La Rioja podemos llegar a la nochecita". Pero tenía que ser YA, así que fuimos hasta la carpa y en el imbatible tiempo de 40 minutos (generalmente es hora y media) teníamos ya todo montado en la moto y listos para salir. No le dijimos chau ni al dinosaurio de la entrada, salimos al camino, y de ahí derecho a La Rioja, con las pertinentes paradas para cargar combustible. Fue una solución drástica pero necesaria (y divertida)... que espero no traiga consecuencias!




miércoles, 25 de junio de 2014

Chile

Nuestro paso por Chile fue, dentro de todo, breve, siendo Santiago nuestro único destino realmente y donde más tiempo nos quedamos. Quería visitar viejos amigos y por suerte terminamos haciendo nuevos. Eso sí, nuestra economía nos agradeció el momento de partir, Chile es, entre otras tantas cosas, caro.

Viña del Mar

Osorno
El cruce de Villa La Angostura a Osorno es realmente espectacular. Como no podía ser de otra manera, nos llovió 3 de las 4 horas que tardamos en hacer el camino, pero aún así la belleza de ese lugar es palpable. Curvas y bosque y jungla y niebla, parece que King Kong va a aparecer en cualquier momento. Y muchos ríos y puentes, por suerte el camino está en óptimas condiciones e increíblemente no te lo cobran, porque vamos a decir la verdad, las rutas de Chile están en bastante mejores condiciones que la mayoría de Argentina, pero, ay, como te duele el bolsillo al recorrerlas. Definitivamente es un camino que vale la pena ser recorrido en moto, aún cuando los últimos 30 o 40 kilómetros, yendo hacia Chile, ya son de llanura.

Una noche en Osorno no le hace mal a nadie, pero definitivamente no te va a cambiar la vida. Tiene su plaza de armas con una fuente de coloridas aguas danzantes y un par de paseos comerciales, y no mucho más entre lo poco que pudimos ver. Cambiamos algo de dinero y a seguir por ruta 5, 1000 kilómetros de autopista nos separaban de Santiago de Chile.

Chillán
Al salir de nuevo a la ruta el dinero no abundaba en nuestros bolsillos, y con cada peaje la situación se hacía peor (cada peaje "troncal" eran $600 o $700 chilenos). No contábamos con tantos y al llegar al último, antes de Los Ángeles, ciudad donde pensábamos volver a cambiar billetes, teníamos sólo $500 en nuestro haber. Por suerte, dado que era un puesto de salida de la autopista, costaba menos, y llegamos al destino con tan sólo $300 chilenos, unos $6 argentinos. Luego de esto vuelta a la ruta 5 que todavía era temprano y podíamos seguir un poco más.

Merece la pena comentar nuestra estadía en Chillán sólo porque pasamos la noche ahí y por lo tristemente cómico que fue. Buscábamos un lugar para pasar la noche después de hacer unos 500 y pico de kilómetros de ruta. Quisimos acampar en una estación de servicio, o "bomba de bencina" y si bien nos dieron su autorización, el lugar estaba bajo un farol, y habían algunos camioneros con música, no parecía el mejor lugar para descansar. Un hombre salió entonces de una gomería y nos recomendó unas "cabañas" que lindaban con la estación de servicio. Fuimos a preguntar cuanto costaban y la respuesta fue "$10000, el rato..." (chilenos claro). "El rato". Ya se imaginan qué tipo de lugar era, cama empotrada al piso, espejo de baño con temática erótica (al menos a nosotros nos parecía un culo) y sábanas que mejor ni comentar. No es que seamos gente fina, pero apenas podía catalogarse de "telo" a ese conjunto de chocitas de madera en las que había que reírse para no llorar, fue así que dormimos en la cama, pero dentro de nuestras bolsas de dormir. Mariconeamos, sí, pero los quiero ver a ustedes en una parada de camioneros y prostitutas!


Santiago de Chile
Con la inigualable e insospechable, Loretta po!
Íbamos directo a lo de Loretta, que vive exactamente en el extremo opuesto de la ciudad al que nosotros entramos. Utilizando tecnología PPS (pare, pregunte, siga) pudimos llegar a su casa justo al momento en que ella salía a comprar unas birritas para recibirnos, así que nos indicó donde dejar la moto, la esperamos volver, y nos pusimos al día en su departamento. Hacía cuatro años que no nos veíamos. Ya habiendo descansado un poco, fuimos a donde nos quedaríamos la semana que estuvimos allí, en la casa de Zaterio, a quien conocimos por medio de Loretta, y quien sin conocernos dijo "sí, no hay problema, usen mi casa y todo lo que en ella encuentren". Un grande, no?

Escuela Militar era la zona donde estábamos hospedándonos, que viene a ser la parte mas cara de toda la ciudad. Todo brilla, bancos, edificios y calles, y es el paraíso de las franquicias. Aquí es casi imposible dejar de pensar en cómo la mitad de la población (o quizás más) trabaja para servir a la otra mitad (o quizás menos) cada vez que ves uniformes de Starbucks, Dunkin Donuts, cafeterías, comidas rápidas, empresas de limpieza o cualquier otro servicio. Bien diferente es la situación en otras zonas, pero aquí el mundo brilla, para el que puede pagarlo.

Algo que me llamó la atención es la cantidad de motos nuevas que hay en Santiago. Muchísimas BMW, Ducatti, Yamaha o Harley Davidson. Fue entonces que me sentí como si fuéramos Gulliver y hubiésemos arribado al país de los gigantes, nosotros con nuestra magnífica pero viejita máquina entre el brillo y la tecnología de esos modernos bichos. Casi que nos miraban con extrañeza por andar aún en esta moto, pequeña en comparación, añeja sin dudas. Me imaginé yendo después a otros lares, mas humildes quizás, donde miren con extrañeza lo enorme e impresionante de nuestro vehículo, donde fuéramos nosotros los gigantes en una tierra de motos liliputienses, sin haber cambiado un ápice uno mismo. Se hizo tangible también ésto cuando llevamos la moto al taller de Johnny, el mecánico mas copado que existe, donde hay siempre una decena de motos grandes con la panza abierta, y a donde cualquier viajero en apuros (ya sea por arreglar su moto o por pasar un buen rato) debe acudir. Fuimos porque ya estaba cansado de llevar de paseo la alarma de la moto en el baúl (no alcancé a hacerla colocar antes de comenzar el viaje), y sobretodo porque Johnny dijo que para hacer la colocación me iba a cobrar unas chelas (cervezas). Genial. Así es que nos pasamos esa tarde ahí, en el taller en el que para entrar tenes que golpear con los pies (léase, tener las manos ocupadas, léase traer algo de tomar o comer... o tomar) hasta que mi Transalp salió con alarma instalada. Y cuando ya se iba la tarde cayó montado en su Aprillia Pegasso otro amigo entrañable, el Cochayuyo, o Rodrigo o Rodrimolles, a quien conocí también años atrás en mi primer viaje a Chile y con quien seguí en contacto a través de los años. Hacía también bastante tiempo que no lo veía, y fue así que entre todas las novedades me enteré que iba a ser padre en breve. Cómo pasa el tiempo, y uno que sigue boludeando...

En el taller de Johnny!

Esa noche partimos con la tropa (Loretta, Zaterio y Rodrimolles) a un bar donde, quizá por vernos extranjeros, el de la barra nos regaló 4 entradas para ver al día siguiente a Chancho en Piedra, banda de rock chilena, pero lamentablemente el único que pudo disfrutar de esto fue Zaterio, nosotros no fuimos ya no me acuerdo por qué.

Junto al gran "Cazador" Rodrimolles
Yo ya había visitado santiago 2 veces antes, una de ellas en moto, mi querida "Sofía", una Suzuki Intruder VS700 modelo 86, pero esta vez fue diferente, el recuerdo que mas me queda de esta visita es manejar en las autopistas, principalmente porque tenía que estar siguiendo a Loretta que anda volando en su BMW para todas partes. Fue como un "need for speed" a través de Santiago, de noche mejor aún. Por supuesto, mejor para mí porque no pago la circulación por las mismas, a los locales les cobran hasta $4000 chilenos, (unos $80 argentinos) cada vez que pasan.

Lo siguiente fue Valparaíso y Viña del mar por un día, volver a Santiago y planear la huida.

El cielo prendido fuego en el atardecer de Reñaca

Valparaiso
No nos pudimos despedir del gran Zaterio, quien además del pequeño favor de darnos alojamiento todos esos días, nos regaló un casco que ya no le servía y que a Aye le venía justo, pero le dejamos una nota con todos nuestros agradecimientos. Si lees esto, gracias de nuevo man! Aye terminó de equiparse con una campera que le compramos a Loretta, así que volvió al camino reloaded. Yo estaba aún con ese casco que duró mas de lo que se le hubiera podido pedir, pero ya a estas alturas daba lástima al que lo viera y miedo a nosotros, porque ya hasta se me hacía dificultoso ver a través del visor. Tenía que comprarme uno nuevo y pronto, veríamos de conseguir uno en Mendoza. El anterior de Aye se lo dejamos a Rodrigo antes de irnos, otro casco nunca está de más, según sus propias palabras.

Quedaba delante nuestro ni mas ni menos que la cordillera de los Andes para volver a nuestro país.


sábado, 7 de junio de 2014

Por la mítica Ruta 40 sur

Río Gallegos

Estrecho de Magallanes, desde la isla
La llegada fue uno de los tramos mas complicados de todo el viaje. Salir de Ushuaia con el frío del paso Garibaldi, ir con cuidado a la altura de Tolhuin porque se estaba corriendo la Vuelta de Tierra del Fuego, el viento de Río Grande, el ripio entre San Sebastián y Onaissin, esperar la balsa para cruzar al continente (y mira si hacía frío que teníamos los labios morados), y finalmente manejar de noche hasta Río Gallegos con la luz delantera que había quedado mal acomodada desde Río Grande a la ida, cuando tuve que reemplazar el foco porque se había quemado. Salimos de Ushuaia a las 10 de la mañana, llegamos a Gallegos a las 11 de la noche, pero lo bueno es que teníamos recibimiento al llegar, Gerardo nos estaba esperando.

Birritas artesanales con Gerardo
Gerardo es un músico (y profesor de música) que yo conocí algunos años atrás gracias a que él organizó un recital en Gallegos donde iba a tocar con su banda y nos invitó a Embodiment, una banda de death metal en la que yo estaba tocando en esas épocas, para que participáramos. El contacto se había perdido ya tanto tiempo después pero, mira si es chico el mundo, cuando pasamos por Gallegos camino a Laguna Azul, la chica que estaba trabajando en la oficina de turismo resultó ser la hermana de Gerardo. Increíblemente me reconoció y nos quedamos charlando un poco, me pasó su teléfono, el de Gerardo, a quien le tiré un mensaje para ver si podíamos encontrarnos, lo cual no pudo ser en ese momento por cuestiones de tiempos de cada uno, nosotros ya seguíamos viaje y él estaba trabajando, pero para la vuelta le escribí con mas antelación y no sólo nos pudimos encontrar sino que nos hicieron un lugar en su casa, él y su mujer Adriana.
Al fin y al cabo! Cabo Vírgenes
Íbamos a hacer una sola noche y seguir camino a El Calafate, pero nos tentaron con ir a Cabo Vírgenes, último recodo austral de la parte continental de Argentina, cuna de la ruta 40 y con una pingüinera bastante grande. Pero lo que nos convenció fue las empanadas de cordero que, según ellos, preparaban en ese lugar.
Finalmente el restaurante estaba cerrado, pero las tres horas que se tarda en hacer esos 140 kilómetros (sí, no es una ruta con pozos sino un pozo con ruta) valieron la pena para estar ahí, en ese cartel de Ruta 40 kilómetro 0, y ver la cantidad enorme de pingüinos que se te cruzan por delante con su graciosa torpeza para caminar y los desaforidos gritos que pegan, vaya uno a saber porqué. Biólogos, expláyense.

A la noche comilona en un restaurante de Gallegos y luego sí, al día siguiente con la moto lista y después de las gracias y los abrazos, salir hacia la cordillera. Con Gerardo quedamos en volver a encontrarnos, quizás cuando su banda vuelva a tocar en Buenos Aires, quizás en alguna visita incidental, como fue la nuestra, no se sabe, pero eso es lo que me encanta de tener buena gente desparramada por ahí, que no se sabe cuándo, pero el momento del reencuentro llega.

Ruta 40 kilómetro 0, Cabo Vírgenes


El Calafate

Todo el trayecto fue con bastante viento, pero como el camino estaba bueno y era recto, así que le metí a 120 o 130 Km/h en varias partes (en general vamos a 100 o 110), como lo acusó luego el consumo de la moto. Al entrar al pueblo encontramos un camping y nos instalamos, pero había algo raro, no sabía qué todavía. armamos la carpa, inflamos el colchón y me saqué el buzo porque me dio calor y, ¡eso! ¡al fin buen clima! Miré al cielo, celeste, el sol calentaba, no había viento, podíamos andar en remera! Después de tres semanas de viento, lluvia y nieve, el clima nos daba un respiro, creo que por eso El Calafate nos dejó tan buena impresión. Las cosas seguían siendo caras, como en todo el sur, pero estábamos contentos.

Una visita obligada, y sin duda uno de los lugares mas impresionantes que hemos visto, fue el glaciar Perito Moreno junto con todo el paisaje circundante. Tal vez por haber visto ya muchas fotos de este lugar, o lugares como éste, uno cree que sabe qué esperar, con qué se va a encontrar, pero la magnitud de la escena, el tamaño del glaciar, son cosas que se tienen que ver en primera persona.

El camino al glaciar es por sí mismo bastante pintoresco, trocando la monotonía que teníamos en la ruta provincial 5 hasta llegar a El Calafate por un camino de montaña que bordea un brazo del lago Argentino en el cual no es raro ver, al estar ya aproximándose al glaciar, enormes trozos de hielo flotando solitarios después de haberse desprendido de la masa de hielo.

Otra cosa que uno puede ver en este camino, para sorpresa de Ayelén, son cóndores. Mientras íbamos avanzando por el camino, divisé un pájaro gandote que volaba a unos 60 metros sobre nosotros, y, sin otras intenciones que desasnarme en el asunto, se lo señalé a Aye y le pregunté qué era.
Casi se tira de la moto, se paró en los pedalines y golpeándome el hombro me dijo que pare. Saltó cámara en mano y sin siquiera sacarse el casco corrió al borde del camino y empezó a fotografiar al avechucho (para mi la clasificación de las aves se divide en dos: pajarracos y avechuchos). No fue el último que vimos antes de irnos de ese lugar, ni tampoco, por suerte, en el resto del viaje.

Un kilómetro antes de llegar al glaciar uno ya puede apreciar su inmensidad, hay algunos miradores en el camino pero al ver la masa de hielo, lo último que uno quiere hacer es retrasar más la llegada. Estacionamos la moto, tomamos una de las combis que te acercan a las pasarelas, y caminamos hasta el primer balcón. No había demasiada gente, pero sí un número que en otra situación hubiera supuesto ruido, gritos, y todo tipo de molestias que la gente en grupo ocasiona, pero, sin embargo, eso no ocurría aquí, la gente estaba imbuida en un silencio contemplativo, llenándose los sentidos de todo eso, esa paz que era sólo interrumpida por algún esporádico desprendimiento de hielo que ahora sí, sacaba a los observadores de su ensueño, y entonces gritaban, comentaban, suspiraban, y volvían al silencio. Son estos lugares los que recargan las pilas y justifican los fríos, las lluvias y los vientos de viajar en moto. Son estos "llegares" los que justifican también las penurias futuras.



Aye socializando con los locales
No pasó mucho mas, de vuelta en el camping cruzamos palabras con algunos otros viajeros, dos yankis en unas XR 600 modificadas se habían venido desde Alaska, una familia chilena en un motorhome de lujo, decorado de forma que parecía el living de una casa antigua, y otra familia también en una casa rodante quienes venían desde Puerto Madryn. Siguiente parada, El Chaltén.


Y casi me olvido, en este punto, y lamentablemente por un breve recorrido, se nos sumó a la aventura Ruperto, un ajado oso de peluche que apareció cerca de la carpa, y alegremente nos acompañó hasta Bajo Caracoles.

¡Bienvenido a bordo Ruperto!


El Chaltén

Mientras bordeábamos el lago Viedma resaltaba en la cordillera una figura por sobre las demás, paramos un momento para mirarlo, muy lejos aún, pero no quería seguir sin dedicarle un instante. A medida que seguimos adelante nos dimos cuenta que la ruta doblaba e iba directamente a él, y que era ni mas ni menos que el cerro Fitz Roy. Ya estando cerca, y con un día despejado, se mostraba en toda su grandeza, con algunas paredes nevadas y secundado por el cerro Torre, tan cerca y tan altos los dos que el efecto visual es muy singular.

Cerro Fitz Roy
Camping nuevamente, otra vez la a esta altura rutina de desarmar y armar la carpa, inflar colchón, desenrollar las bolsas de dormir y acomodar el resto de los petates. Ya el tiempo nos presionaba un poco porque Ayelén tenía un vuelo desde Bariloche a Buenos Aires con fecha fijada, por eso debíamos llegar para ese día. Dicho esto, no le dedicamos a El Chaltén todo el tiempo que hubiésemos querido, sólo dos días, en los que fuimos hasta el lago del desierto y la laguna y el glaciar Huemul, lugares increíbles. Quedó mucho sendero pendiente, pero eso siempre es buena excusa para volver.

Camino al Lago del Desierto

Vista de la laguna Huemul, desde el glaciar Huemul



Bajo Caracoles

Éste es un lugar obligado para todo viajero en moto, porque es un punto en el medio de la nada donde uno puede cargar combustible, sino difícilmente llegas a cubrir los 350 kilómetros que separan Perito Moreno de Gobernador Gregores. Literalmente, Bajo Caracoles son 5 casas, un hostel, un camping y un hotel, además de los antedichos surtidores de nafta, que vale mencionar son bastante pintorescos porque tienen mil calcomanías de cada aventurero que pasa por el lugar. Llegamos a eso de las 8 de la noche, por lo que no hubo mucho que discutir, nos quedábamos a pasar la noche ahí. El tema es que tanto el hostel como el camping estaban cerrados, y la única opción era el hotel, que no era de lo mas barato, $400 la habitación doble.

La mañana siguiente se mostró cubierta de nieve, pero mas sorprendente fue que al preguntarle al encargado de la cafetería del hotel si eso era frecuente, nos diga que no, que allí no nieva nunca. Indudablemente el clima se había empecinado en hacernos sufrir, y nosotros nos encabronamos más en seguir nuestra aventura. Fue ahí cuando nos acordamos del pobre Ruperto! Nuestro acompañante de felpa quien se nos sumara en El Calafate había quedado a la intemperie, sobre una de las cajas laterales de la moto, pero al ir a buscarlo, no estaba. No estamos muy seguros de si ese oso tenía vida propia y nos usó para viajar hasta allí y luego seguir su camino por otro lado, o, lo mas probable, se lo quedó el encargado de la cafetería, quien sonaba ligeramente sospechoso cuando decía que no había visto ningún oso.

¡Hasta siempre Ruperto!
Viendo que no paraba de nevar, a eso de las diez y media de la mañana montamos nuevamente sobre la moto y salimos buscando la claridad del cielo que se veía adelante. Mirando hacia atrás, el cielo cerrado y pesado auguraba nieve para al menos unas horas mas. Fueron sólo unos kilómetros más, hasta que dejamos atrás la nieve, pero el frío siguió con nosotros todo el recorrido hasta Gobernador Costa.




Gobernador Costa

Otra vez, parada obligada por las distancias y la noche. Encontramos un hospedaje relativamente económico, pizza casera y estacionamiento para la moto, no necesitábamos más.


El Bolsón

¡Hace frío! Llegando a Esquel
El destino original para ese día era Esquel, y de hecho allí llegamos y comimos al medio día. La entrada fue, aunque muy fría, hermosa, porque la misma nevada que nos agarró en Bajo Caracoles fue la primera nevada fuerte ahí, y estaba no sólo el cerro lindante a Esquel sino todo el campo en los alrededores cubiertos de un manto blanco. Como dije, éste era el destino planificado para ese día, pero el clima ya había mejorado y estábamos cerca de El Bolsón, donde nos estaba esperando mi viejo (él vive ahí, al pie del Piltriquitrón), de manera que para no arriesgarnos a llegar con lluvia -ya habíamos tenido suficiente mal clima- seguimos adelante.
El camino es impresionante, ya llegando a Esquel la ruta cambia la monotonía del desierto patagónico por montañas, curvas y algunos árboles que ya cerca de Epuyen son bosques y valles verdes con salientes de piedra y miradores, imposible no parar y sacar algunas fotos.

Ya en El Bolsón hice memoria par allegar a la casa de mi papá, que está en realidad en la comuna Golondrinas y si no conoces el lugar es complicado llegar por la poca (nula) señalización de calles. Pero lo hicimos y ahí nos encontramos con mi viejo, Eduardo, su mujer Nerina y sus tres hermosas perritas, Belcha, Shuri y la Popi. Y fue, lejos, la parada mas larga de todo el viaje, en total nos quedamos un mes abusando la hospitalidad de mi padre, aunque él estaba contento cada vez que le decíamos, "bueno, quizás nos quedemos unos días mas".


La razón de esto es que Abril iba a ser el último mes de trabajo para mí, al menos con la empresa en la que estaba en ese momento, entonces para aprovecharlo al máximo y facturar un poco mas, que viajar no es gratis, decidí trabajar a tiempo completo todo ese mes. Definitivamente valió la pena, hacía tiempo que no convivía tanto con mi viejo, y nos dio tiempo inclusive a dejar los cimientos de una deck de madera que va a añadir a su casa, ya veremos cómo la termina.


Llegando al Cajón del Azul
De camino al Cajón del Azul nos mataron a Jorge, un hermoso perro "manto negro" que encontramos al inicio del sendero y nos acompañó hasta el refugio del Cajón. Aparentemente Jorge, así lo bautizamos, había matado ya un par de ovejas del dueño del refugio y éste, con dos tiros de calibre 22 a quemarropa, le pasó factura.
R.I.P. Jorge
No hubo mucho que pudiéramos haber hecho, se la tenía jurada, pero me quedó un dejo de culpa, pobre Jorge, fue hasta ahí con nosotros, se quedó echado en la puerta como esperándonos, y yo vi con normalidad cómo este tipo salía con el rifle, aunque no supe bien para qué hasta que su colaborador, en el interior del refugio, nos dijo que sí, que seguramente salió a matar al perro. Acto seguido, un disparo, y un flaco que dice que por el sonido eso era aire comprimido, no disparos de verdad, salgo y veo el rifle a metro y medio del perro, moribundo en el piso, mirando con dificultad a su verdugo, y éste que lo remata con un segundo tiro en la cabeza. Me quedé helado, no sabía que hacer... no era mi perro pero a la vez, si sos como yo, le agarras enseguida cariño a esos perros independientes, alegres, inteligentes, que se te acercan y es como si hubiera estado con vos toda la vida... y ahora por seguirnos a nosotros, se habían terminado sus aventuras, su alegría y su libertad.
Nacimiento del cajón
Volví a entrar, casi pálido, era un poco tarde para seguir caminando pero tal vez llegáramos con luz hasta el próximo refugio montaña arriba. Cuando Aye me preguntó qué me pasaba y le dije que habían matado al perro, no hubo dudas, nos vamos. Al día siguiente, habiendo hecho noche en el refugio El Retamal, le hicimos una pequeña pila de piedras en su memoria en el Paso de los vientos.

Otro recorrido, aunque frustrado, fue el del parque Los Alerces. Frustrado porque pensábamos acampar unos días ahí y tomarnos unos días para recorrer los senderos del lago Futalaufquen y del lago Verde, pero lamentablemente, cada 70 años (si, 70) florece la caña de coihue, y hay superpoblación de ratones, por lo que cierran el parque por peligro de Hanta virus. Así es que no, no pudimos ver mucho mas que lo que se ve del camino, y después de vuelta a la casa de mi progenitor, solo por unos pocos días mas.

Parque nacional Los Alerces

La moto merecía ya una revisión por alguien que entienda un poco más que lo básico que yo sé de ella, especialmente por ese tema del consumo de aceite que mencioné antes, que era bastante parejo pero a mi me parecía excesivo: medio litro cada 1000 Km. Hablé con Fabián, amigo de La Plata y que sabe del asunto, y me dijo que podía estar baja de aros e incluso me averiguó el precio de los nuevos. Pero el mecánico que conseguimos en El Bolsón, y que me inspiró mucha confianza, me dijo que la moto estaba de 10, que averigüe bien por ese tema porque muchos vehículos tienen un consumo normal de aceite, y que mientras se mantenga parejo no debería haber mayor inconveniente que llevar una botella y recargarle cada tanto. Y así fue, un poco de googleo y consultas en foros de transalperos y resulta que mi viejita pero buenita está en un rango saludable de consumo. Algunos ajustes mínimos y una buena limpieza y quedó mas linda que nunca! Lista para seguir devorando kilómetros.

Fue un tiempo de comer mucho y hacer poco, pero el confort tenía que terminar al tiempo que nosotros teníamos que seguir, a esta aventura todavía le quedaba mucho por delante.




Villa La Angostura

El camino de El Bolsón hasta acá sigue siempre increíble, verde y entre lagos, pero cobra especial esplendor cuando llegando a la villa se bordea un brazo del lago Nahuel Huapi, y eso que estaba nublado cuando llegamos! Una vez mas paramos para preguntar por campings y terminamos parando en el camping municipal del lago Correntoso, que aunque estaba cerrado, es decir sin servicios, era un hermoso lugar para parar.
Lo único en contra, el frío, mucho frío. Pero, habiendo aprendido del sufrimiento mas al sur, esta vez veníamos equipados con dos aislantes y una manta polar que cubría todo el colchón. Fue la prueba de fuego, si esto no funcionaba, entonces no valía la pena seguir acampando al menos hasta estar mas al norte, pero funcionó, hasta te diría que dormimos calentitos, cuando afuera hacía una rosca importantísima. 

Nos quedamos tranquilos, al menos el frío y la lluvia ya no iban a ser obstáculos para acampar.

Dos días ahí y la extensa planificación del viaje dictaba unos días en el camino de los siete lagos, pero como el clima estaba feo decidimos que ni valía la pena, es mejor verlo en otra época que sufrirlo por capricho. Había llegado la hora de cruzar la frontera nuevamente, de cruzar la cordillera por tercera vez en el viaje, de ir a tierras chilenas de nuevo.