miércoles, 17 de septiembre de 2014

Formosa la verde

Clorinda
El panorama antes de llegar era bastante preocupante, muchas zonas bajo el agua, barrios enteros donde sólo se veían techos y campos donde se veía ganado asomando sólo la cabeza fuera del agua. Las lluvias que causaron la crecida del Paraná mientras estábamos en Iguazú junto con una crecida del río Paraguay ocasionaron serios problemas en la zona, tal como pudimos ver cuando llegamos al polideportivo municipal de Clorinda, único lugar donde nos dieron esperanzas de poder armar la carpa, sino, iba a tener que ser en el camino. Alrededor del predio se habían improvisado unos toldos donde se alojaban algunas familias evacuadas, tan sólo a 200 metros del lugar un barrio entero estaba inundado.

Inundación en Formosa
Habíamos preguntado en una estación de servicio y nos dijeron que no había camping, pero que preguntáramos en el polideportivo, que quizás nos dieran lugar allí. Era un predio bastante grande al aire libre y con electricidad y baños que podríamos usar, así que sonaba como una buena idea. Llegamos y el sereno del lugar nos dijo que él no tenía problemas, pero que necesitaba una autorización de la municipalidad para permitirnos entrar... ¿tanta formalidad para una carpa una noche? Bueno, al fin y al cabo estaban haciendo las cosas de acuerdo a las reglas, me dijo que fuera a la municipalidad a hablar con el señor Yanomeacuerdoelnombre o con otro que trabajaba con él. Eran las 7 de la tarde, nos miramos con Aye sabiendo que no íbamos a encontrar a nadie en la municipalidad, pero el sereno insistió y nos indicó cómo llegar. Allí fuimos y sí, encontramos justo a las últimas dos personas del municipio que estaban hasta esa hora y se estaban yendo. Explicamos nuestra situación, que estábamos de paso, que se hizo de noche y que sólo queríamos armar la carpa en algún lugar del pueblo, y con toda naturalidad nos dijeron que no había problema, pero que necesitábamos el permiso firmado por el intendente o, en su defecto su secretaria. ¿¡Tanto?! Ya me empezaba a sentir importante. Burocrático resultó el municipio de Clorinda, sí, pero también expeditivo, estas dos personas empezaron a llamar por teléfono y unos 10 minutos mas tarde llegaba la secretaria del intendente y nos hacía una nota con sello y firma oficial otorgándonos el permiso de uso de las instalaciones del polideportivo, ¿que tal? Aye estaba indignada por el quilombo que tuvimos que hacer, pero yo estaba entre asombrado, divertido y honrado por la nota que llevaba en mi poder: los estratos más altos del poder de la ciudad me habían dado un permiso a mí con nombre y apellido :) .

Pajarillo en Clorinda

La noche fue fresca pero sin demasiadas novedades, lo único que empezaba a preocuparnos era nuestro colchón inflable, que ya no llegaba a durar toda la noche inflado y se estaba tornando un poco molesto. Al llegar a Formosa lo parcharíamos, pensamos.


Formosa
Necesitaba aceite y lubricante de cadena para la moto, y Formosa era la única ciudad grande donde pensaba conseguirlos. Pero antes de salir, Clorinda me tapó la boca porque allí conseguí el aceite y el lubricante que necesitaba y a buen precio, pero lo que no conseguí fueron bujías. Ésto era primordial porque la moto estaba empezando a andar mal y mi diagnóstico era que el problema eran las bujías. No se las veía empastadas ni mal quemadas, pero eran viejas, dos de ellas de cuando compré la moto casi 3 años atrás, y podían estar en corto. Así que al llegar a Formosa una de las cosas principales a hacer era encontrar un mecánico para hacer el cambio de aceite y revisar la moto en general, porque no estaba seguro del tema de las bujías.

WTF?? Esto era en serio
Llegamos y no encontramos ningún hostel, los hospedajes estaban mas o menos al precio de los hoteles, unos $300 la noche y casi ninguno tenía estacionamiento. Nos decidimos por un hotel que resultó muy bueno, y por fin despues de algunas semanas dormíamos en una cama (sin menospreciar a nuestro colchón que 4 meses de infle y desinfle se había aguantado). Antes de terminar el día salí en busca de las bujías y el filtro de aceite para la moto, y no sólo conseguí repuestos japoneses (que bien los pagué) sino que la gente del negocio de motos me puso en contacto con Carlos, un mecánico conocido de ellos. Venite mañana a las 8, dijo Carlos.



Carlos el mecánico estrella de Formosa
Temprano salí para el taller y lo encontré levantando la persiana. En seguida me midió, me preguntó si me animaba a ir desarmando la moto, y claro yo le dije que por supuesto, de hecho ya estaba con el destornillador en la mano a por sacar las cachas. Resulta que hay mucha gente, me contaba, que viaja en moto pero no le gusta ensuciarse las manos, lo cual es totalmente válido, pero él, como viajero que era, prefería la gente que al menos intentaba arreglárselas sólo. Lo de la moto resultó ser una pavada, el combustible que le cargué en Paraguay era una porquería y había ensuciado uno de los carburadores, con lo cual abrir una pequeña válvula de purga fue la solución. Despues cambiamos el aceite y a eso de las 10 de la mañana se ofreció a que vayamos a buscar a Ayelén al hotel, que ya había tenido que desocupar la habitación y me estaba esperando en el hall con las valijas y mochilas. Un genio este tipo. Para el mediodía ya habíamos terminado con la moto y nos llevó a comer a una rotisería de un amigo de él (conocía a todo Formosa) que también tenía una disco ahí al lado a la cual nos invitaron a conocer esa misma noche, aunque al final no fuimos en parte por el cansancio y en parte porque hace mil años que no voy a un boliche y no es porque no pueda sino porque ya la cumbia y la marcha al palo durante 3 o 4 horas no me van hace rato.

Por la costanera, detrás de Carlos
Pero no fue esa la despedida con Carlos, fuimos a recorrer la costanera de la ciudad, hermosa y enorme (donde también pudimos ver la crecida del río) Y hasta nos consiguió un alojamiento bastante económico cerca del centro. Pero el camping era mas barato así es que nos decidimos por volver a la carpa, había que cuidar el bolsillo. Esa noche fuimos a tomar unas cervezas y fue la última vez que vimos a Carlos, quisimos ubicarlo un par de días después cuando dejábamos la ciudad pero no lo encontramos.

Un gustito de vez en cuando
Al final, lo que iba a ser una parada de un día para revisar la moto se transformó en 4 días en los cuales vimos un partido de la selección Argentina en el mundial, en pantalla gigante en la plaza central de la ciudad, y paseamos un poco más por esta linda ciudad ribereña. La noche antes de salir Aye saltaba de alegría cuando pudo conseguir en una tienda el mismísimo colchón que teníamos, ya que al anterior no le encontrábamos el pinchazo y ya duraba inflado poco mas de 3 horas. Colchón nuevo, bujías nuevas, cubiertas nuevas. Ahora quedaba volver al oeste, hacia Salta.



La interminable ruta 81
Si se fijan en un mapa van a ver una linea recta que cruza toda la provincia de Formosa hasta su límite con Salta. Es la ruta 81, camino aburrido como pocos, sin mas paisaje que una llanura parecida a la que se ve en las rutas bonaerenses, aunque por momentos un poco mas selvática, en la cual son pocas y muy pequeñas las localidades que uno encuentra. Me habían aconsejado que cargue combustible sólo en Ibarreta y luego en Juarez, que en las otras localidades sólo habían estaciones de servicio de bandera blanca y era una porquería lo que te vendían. No hice caso, fui directamente a Las Lomitas, saltándome Ibarreta, porque en mi mapa aparecía como una ciudad mas o menos grande y me imaginé que iba a haber una YPF, o en su defecto alguna Esso o Shell. No, tenían razón, sólo estaciones de servicio marca patito, y no quedó otra que cargar allí. Por suerte no volvió a pasar lo que al salir de Paraguay. Para cuando llegamos a Juarez ya estaba cayendo la noche así que nuevamente acampamos en una estación de servicio, como siempre nos amigamos con un par de perros de la calle y antes de acostarnos nos pudimos duchar en un alojamiento cercano donde nos habilitaron los baños por unos 10 pesos o algo así. Todavía quedaba un buen tramo hasta Salta, nuestra siguiente meta.

¿Malos augurios?

In Paraguay, it's all right ... NOT

Ciudad del Este
Lo mas importante en Ciudad del Este era, a priori, cambiar los neumáticos de la moto. Lo mas importante fue, a posteriori, sobrevivir.

Después del paso obligado por Brasil, donde uno hace el papeleo en la frontera como corresponde, llega uno al Paraguay, donde ya de entrada al ponernos a hacer una cola de vehículos para entrar al país, muchos nos tocaban bocina señalándonos que siguiéramos, que no hiciéramos esa fila sino que pasáramos directamente por otro carril completamente libre. ¿Será que las motos hacen los papeles en otro lado? Pues hicimos caso y seguimos, y llegamos a un puente donde había explícita indicación de que las motos iban por un carril especial así es que por allí fuimos, pero resultó ser un carril muy angosto, con pequeñas curvas cada 10 o 15 metros para evitar que pasen a los pedos y demarcado a ambos por una suerte de guardrail de plástico de unos 50 cm. de alto y con una anchura no mucho mayor al ancho de total de la moto con las valijas. Como si eso fuera fácil, 78 mil millones de moto-taxis cruzan eso permanentemente con lo cual, la presión sobre mí era aún mayor cuando veía cómo detrás mío venía impaciente un sin fin de motitos amarillas mientras yo trataba de pasar prudentemente pero lo mas rápido que podía ese camino de obstáculos.



Pasamos ese camino y delante nuestro, la ciudad: un quilombo de autos motos y sobretodo panfleteros que se te acercan a ofrecerte alojamiento, estacionamiento, comida, electrónicos o lo que sea. También estaban quienes en la calle te señalaban con toda vehemencia que pares, posiblemente para terminar ofreciéndote lo mismo que los anteriores, pero de lo que no había rastro era de una aduana o un paso migratorio. Bueno, parecía que entrar a Paraguay era muy fácil. Enseguida vimos varias casas de neumáticos y, recorriendo y preguntando en varias de ellas, finalmente cumplimos el cometido inicial, pagando la mitad del precio que habíamos pagado en Ushuaia, sólo que esta vez cambiamos las dos cubiertas y una de las cámaras. Después de eso fue comer, y pasear pero no demasiado porque la cantidad de gente y el estrés que, al menos a nosotros, genera que una horda de vendedores te hable, te ofrezca y hasta te agarre del brazo para llevarte a sus locales no te permite disfrutar o al menos prestar atención a lo que estas viendo, lo único que quiero en esas situaciones es irme.

De ahí en mas teníamos dos opciones, una era cruzar hasta Asunción y de ahí volver a entrar a Argentina, y la otra era continuar por una ruta que sale en dirección nor-este y que lleva hasta la frontera con Bolivia. Pero todo el mundo me desaconsejó seriamente de lo segundo, por lo malo del camino lleno de pozos, por la imprudencia de los camioneros que por ahí circulan y finalmente por ser "tierra de nadie" al punto que me comentaron de un grupo de 10 motos que yendo por ahí, perdieron 7 de ellas a manos de la propia policía. En fin, no queríamos arriesgarnos por algo que tampoco era primordial hacer, así que la decisión fue Cruzar de Asunción a Clorinda, y de allí ir a Formosa.

Eran las 3 de la tarde y teníamos que recorrer unos 300 kilómetros para salir de Paraguay, y como la ruta estaba en buen estado creíamos que íbamos a poder hacerlo en el día sin problemas. Pero no contábamos con el inigualable trabajo de la policía del Paraguay, que nos paró a unos 120 kilómetros de Ciudad del Este en un operativo en la ruta, y nos pidieron documentos de identidad, no hay problema; cédula de la moto y carnet, no hay drama; luego seguro del vehículo, aquí está, todo bien, y finalmente permiso de circulación... Y ahí caí en cuenta de lo mal que hicimos en no preguntar siquiera un poco más en la frontera, porque no podía ser que uno ingrese sí nomas y sobretodo con un vehículo. Mala mía. Resulta que hay un permiso especial de 30 kilómetros en los cuales no necesitas hacer ninguna aduana o frontera, pero pasado ese radio se necesita formalizar el ingreso al país. Nos llevaron a una casilla de madera al borde de la banquina y nos explicaron que estábamos en falta, que podían retener el vehículo y a nosotros. Hablaban entre ellos en guaraní, nos miraban de arriba a abajo, me llevaron a mí a la parte de atrás de la casilla y dentro de la misma subieron el volumen de la televisión para que Ayelen no escuchara lo que me decían, toda una secuencia de película que hubiese sido preocupante si no hubiera sido tan patética. Luego, que cómo me parecía que podíamos arreglar la situación. ¿Alguien ha visto al señor billetín, guiño, guiño? Habíamos cambiado pocos pesos a guaraníes, sólo AR$ 300 como para tener algo por si las dudas, o para cargar nafta si no andaba la tarjeta de débito, y estos señores oficiales sólo aceptaban guaraníes, por lo que les expliqué que 90 mil era todo lo que tenía, que no habíamos cambiado dinero porque pensábamos salir del país ese mismo día, que podía ofrecerles pesos argentinos, pero eso no parecía satisfacerle a los señores. Al final, y pidiéndoles que me dejen algo para el combustible, me dejaron que me quede con 30 mil guaraníes, osea que sellamos el asunto quedándose ellos con el equivalente a AR$ 150 y con un apretón de manos como buenos caballeros. Que pobreza, de dinero por un lado, y de dignidad por el otro.

Cruzando el Paraguay


Seguimos unos pocos kilómetros más y paramos en una estación de servicio. Ya era de noche y nos dejaron armar la carpa allí y pasar la noche, entonces nos sentamos a debatir qué hacer: si seguíamos adelante, al salir de Paraguay por Asunción nos iban a pedir el mismo papel de ingreso al país y siendo un paso fronterizo la cosa iba a ser mas seria, y si volvíamos quizás nos parase otro puesto de control y esta vez ya no teníamos más dinero para arreglar, después de comprar 4 o 5 empanadas esa noche. Fue lo segundo, pensamos en a arrancar bien temprano, cosa de llegar a Ciudad del Este antes de las 8 de la mañana, los agentes de la ley seguramente no estuvieran cumpliendo sus honorables tareas a esas horas de la madrugada. Y así hicimos, ya de vuelta en la ciudad fronteriza nos ocupamos de hacer todos los trámites correspondientes (2 minutos de un tipo escribiéndote un papel a mano), luego recorrimos un poco para que Aye reemplace su pantalón de joggin por uno nuevo, que el que tenía ya no daba más. Poco después estábamos cruzando las tierras guaraníes de nuevo y para cuando se iba la tarde ya estábamos llegando a Clorinda, de vuelta a tierras argentas.

La gran inundación

Puerto Iguazú
Llegando a Iguazú amainó un poco el agua y paramos en una oficina de turismo sobre el camino de acceso a preguntar por campings, no queríamos resignarnos sin antes averiguar el estado en que estaban, aun que no guardábamos muchas esperanzas, sabíamos que iban a ser un barrial. Pero ni siquiera fuimos a ver si había mucho barro o no después de que nos dijeran el precio: 80 pesos por persona, mas carpa, mas vehículo... están locos. En otro lugar nos dijeron que el mas barato salía $65, entonces no, camping no iba a ser, al menos no por esos días hasta averiguar mejor por otros, estaba seguro que alguna opción mas económica tenía que haber. Para esa noche, y las dos siguientes, conseguimos una habitación con baño privado, aire acondicionado y televisión, por el mismo precio que nos habían dado de los campings.



Tres días más estuvo lloviendo sin parar, nunca había visto algo así, día y noche lloviendo a baldazos. La ropa no se secaba y sobretodo mis botas, que después de tanto tiempo mojadas ya empezaba a considerar tener que tirarlas, el olor me daba la razón.

El camping
Pero entonces el domingo a la tarde el cielo despejó, y pudimos mudarnos a un camping un poco mas accesible y bien cerca del centro, así caímos a "La Modista", un camping bien rústico, literalmente en una jungla, que tiene todo de bueno salvo sus dueños. No voy a dar muchos detalles por no hablar mal de quien no tiene derecho a réplica, pero el trato allí es a veces cordial y a veces tan irrespetuoso que te dan ganas de mandarlos a la mierda. En fin, allí nos quedamos, ese día y los siguientes diez.

La tregua del agua duró sólo eso, la tarde del domingo, porque el lunes y los días siguientes continuó el aguacero. Tuvimos entonces la oportunidad de conocer otros dos personajes entrañables del viaje: Gelia & Pletsch. Pletsch, también conocido como Esteban, es un artesano viajero, y en eso lleva unos diez años.  No sé bien cómo ni hace cuánto, pero en uno de esos viaje conoció a Gelia, una catalana que no aguanta mas que un par de meses en Barcelona antes de agarrar la mochila y salir de viaje nuevamente, y ahora estaban los dos ahí, en Iguazú, maldiciendo al cielo y esperando igual que nosotros la oportunidad de poder visitar las mundialmente maravillosas cataratas. Pegamos onda enseguida, algo menos atribuible a la coincidencia de edades entre ellos y nosotros que al hecho de que son gente tranquila, amable y con una fuente inagotable de historias que contar.



Pero también otros personajes adornaban esta obra. Entre los sucesivos grupos de muchachos que llegaban y se iban rumbo a Brasil a ver a la selección en el mundial, aparecieron Ismael y Rubén, dos no videntes, o para ser exactos con visión muy disminuida, cuyos diálogos y situaciones, te juro, parecían estar guionados. Ruben es un español de veintipocos años que vino a Argentina a visitar lugares turísticos con la idea de recopilar información sobre qué lugares son aptos para personas no videntes, e Ismael es el desafortunado que de casualidad se lo encontró en las calles de Mar del Plata, y se interesó en su proyecto. El tema es que Rubén es un poco malcriado e Ismael algunos años mayor que él, y con una santa y eterna paciencia le explicaba usos y costumbres, lo corregía, y aguantaba sus caprichos. Eran dos formas diferentes de llevar la misma discapacidad, Ruben la subrayaba todo el tiempo, caía en explicaciones al respecto de su problema, y parecía que todo giraba al rededor de eso. Para Ismael era sólo una cosa más, como quien tiene una verruga en la cara, o un dedo mas corto, su discapacidad no le impedía hacer nada y no la usaba de excusa para nada. Y no faltaba el momento en que al despedirse te tiraba un "chau, nos vemos!" mientras se iba sonriendo. Así, veías a este par ir al supermercado y volver con un par de pallets (enormes cajones de madera), hacerlos leña, encender el fuego, y cocinarse, todo mientras se peleaban y discutían desde las cosas mas triviales como cuánto pan comía cada uno hasta cosas tales como las invasiones españolas en la conquista de América. Pero sin duda fue con Gelia y con Pletsch con quienes trabamos mejor amistad y más charlamos en esos días.

El pájaro loco

Después de las lluvias vinieron algunos días lindos, pero ya era tarde, nos enteramos que el río y las cataratas crecieron de tal forma que el agua se había llevado las pasarelas que llegan a la Garganta del Diablo y al circuito superior del parque, por lo que todo el parque estaba cerrado. Pensamos en irnos, nadie sabía a ciencia cierta cuándo lo iban a reabrir, lo que sí se sabía eran algunos datos un poco escalofriantes: en esos días el río tuvo 30 veces su caudal normal. En el hito de las tres fronteras, el agua subió, verticalmente, unos 20 metros. Se hablaba de que no había ocurrido algo así en 35 años.. ¡35 años otra vez! Al igual que la nieve en Tafí del Valle... estábamos destinados a los eventos climáticos históricos.

El agua a la derecha ya había bajado unos metros


En esos días mientras esperábamos que se reabra el parque aproveché para trabajar. Aye se ocupó, y con éxito, de conseguir trabajo, era ahora una escritora freelance para un par de blogs de viajes. Pletsch "parchaba" por el centro de la ciudad y Gelia se ocupaba de ver cómo conseguir retirar dinero del banco, no sé qué problema es el que tenía.

George of the jungle!
Y un día, de pleno y radiante sol, abrieron el parque. Bueno, no todo, como ya dije las pasarelas superiores y las de la Garganta del Diablo ya no estaban, pero el agua había bajado lo suficiente como para recorrer los caminos inferiores, Macuco, y parte del superior. Fuimos con Ayelen un día, al siguiente fueron Ismal, Ruben, Gelia y Pletsch. La verdad, al principio el lugar no fue lo que esperaba. No fue un problema geográfico o climático, sino podríamos decir que social. Creo que había idealizado un poco el lugar, después de tanto prever la llegada, y pensé que iba a "conectar" más, estar tranquilo contemplando esa inmensidad como me pasó en el glaciar Perito Moreno, pero no fue así.
Fuimos a las pasarelas superiores y la mayor parte del tiempo estuvimos
esquivando jubilados que luchaban por sacarse una foto en la cual, detrás de 43 personas más, aparecía un pedazo de cascada. Avanzar por los caminos era casi imposible y eso me quema los pelos, no lo soporto, me quería ir. Hicimos el recorrido medio rápido y nos fuimos a hacer el camino de Macuco, a ver si la cosa estaba mas tranqui. Y fue así de hecho, mucha menos gente aunque claro, el lugar no es tan mágico.

A eso de las 4 de la tarde, después de disputarle el almuerzo a una manada de coatíes hijos de su madre (que nos robaron 2 sándwiches), decidimos darle una segunda y última oportunidad al paseo por las cataratas. Esta vez sí, los contingentes se habían ido y uno podía caminar, podía ver, podía escuchar las cataratas en vez de tener que aguantar los "¡Marta ponete allá que no salís!" y los empujones de gente va a tener que mirar bien sus fotos, porque el lugar no lo vieron. Llegamos hasta el final de las pasarelas habilitadas y ahí nos sentamos un rato, escuchando el ruido constante y ensordecedor.

"Hola, vengo a robarte un sámbuche"


Por fin, la lluvia había parado, la espera había terminado y pudimos algunos ver y otros sentir la fuerza del agua en ese lugar increíble, así que ahora cada cual ideaba su fuga. Los primeros en irse fueron los ciegos, los acompañé hasta la terminal y los vi subirse al micro hacia Córdoba, mientras discutían sobre no se qué cosa del paisaje del camino. Luego nos fuimos nosotros, con la idea de ir a Ciudad del Este y recorrer un poco del Paraguay, y por último, unos días después, dejaron el camping la pareja del nombre épico, a lo Bonie & Clide, Thelma & Louise o Starsky & Hutch, éstos eran Gelia & Pletsch.





lunes, 11 de agosto de 2014

Camino a Iguazú

Quimili (sin fotos)
Estuvimos por la capital santiagueña sólo de paso, para retirar dinero del banco, comer, y pues porque la ruta pasa por ahí. Pero nuestro objetivo del día era otro, no estaba muy en claro hasta dónde íbamos a llegar pero la idea era viajar lo mas que se pudiera antes de que caiga la noche. Fue entonces que a eso de las 6 de la tarde llegamos a Quimili. El camping municipal estaba cerrado hace algún tiempo, según nos comentaron, y no habían más opciones para armar carpa, pero alguien sugirió que preguntemos en la sede policial que estaba a pocas cuadras, que seguramente ellos nos pudieran prestar el patio para pasar la noche. No fueron ellos sino los bomberos voluntarios que estaban en frente los que nos brindaron un lugar para armar campamento.

Nos recibió el jefe de los bomberos, que estaba junto con el resto de la tropa trabajando en ampliar las instalaciones de la base. De buena manera nos ofreció lugar y nos dio indicaciones de cómo entrar y salir en caso de no haber nadie en el predio, y charlando un poco sobre sus ocupaciones descubrimos que era también guardaparque y que había ordenado y ejecutado varios operativos de recuperación de animales nativos que estaban en cautiverio. La admiración de Ayelen por este hombre y por lo que hacía parecía no tener límites, era una suerte de super héroe protector de especies en peligro, pero entonces se produjo un cambio de 180 grados en la conversación y también en la antes ascendente estima que Aye proyectaba en este tipo, porque se puso a hablar de que fue militar, de que la Galtieri había peleado bien la guerra de Malvinas, de que los desaparecidos no eran tantos, y de que le pondría una bomba a las Madres de Plaza de Mayo... Con Aye escuchábamos atónitos y no podíamos creer que realmente estuviera diciendo eso. Sin ánimos de confrontar (no teníamos otro lugar donde pasar la noche) no le dimos mucha charla y nos disculpamos diciendo que estábamos cansados como para poner fin a semejante monólogo. Es increíble, pero hay gente que piensa estas cosas en serio.

Salió el sol y salimos nosotros, nuevamente a ver hasta dónde llegábamos.

Chaco y los pinchazos
Destripada
Antes de salir de La Plata me ocupé de ponerle a ambas ruedas un líquido anti pinchazos que me recomendaron mucho. Y como llevábamos entonces mas de 10.000 kilómetros sin haber pinchado estaba seguro de su eficacia, hasta que se demostró lo contrario 2 veces en menos de 100 Km. El primer pinchazo fue el mas peligroso, la rueda delantera a la altura de Roque Saenz Peña. Ya venía sintiendo la moto un poco rara al manejo desde hacía algunos kilómetros pero en ese tramo el asfalto es malísimo, como rayado para poner una nueva capa asfáltica arriba que nunca llegó y así quedó, listo para que las ruedas de las motos sigan peligrosamente esos surcos sacándote del punto de equilibrio. Sea por ésto o porque soy medio momo, no me di cuenta de que venía con la rueda delantera bastante baja y al tomar la rotonda de entrada a Saenz Peña la moto se descontroló, el manillar empezó a temblar (entró en "jimmy") y casi salimos volando. Por ser un tipo con suerte pude controlar la moto y parar unos metros mas adelante para ver que la rueda delantera estaba en llanta, completamente desinflada. Luego de empujar la moto unas 5 cuadras hasta la gomería (menos mal que estábamos cerca) y ver dónde estaba el pinchazo, la conclusión fue que al tomar la curva la cámara se "mordió" con la llanta y se desinfló por completo. Parche y a seguir.

A por el mecánico!
No mucho antes de Resistencia paramos a cargar nafta. Hasta aquí la moto venía sin problemas, pero al bajarme en el surtidor uno de los playeros pasa y me dice "che se te está desinflando la rueda". Y sí, efectiva y sonoramente la rueda, trasera esta vez, estaba desinflándose a un ritmo que no me iba a dejar siquiera recorrer los 3 kilómetros hasta donde estaba la gomería. Pensé en desarmar la rueda y hacer dedo llevándome la cámara, pero en la estación de servicio no tenían herramientas ni criquet, entonces el playero me ofreció su moto para ir a buscar al gomero y traerlo. Golazo! La moto, una 125cc planchada "al piso" (modificada para que esté bien bajita). Aye se reía mentras se acordaba de una escena de "Tonto y Retonto" y yo me alejé por la ruta a unos vertiginosos 60 Km/h. Dí aviso al gomero, éste fue a la estación de servicio y arregló el pinchazo. En algún punto pisamos un remache en la ruta y no se desinfló hasta que paramos, cosa que atribuí nuevamente a la fortuna. En cualquier caso, el líquido que le puse a las ruedas, o tiene un tiempo de uso limitado cosa que aún desconozco, o no servía para nada. Tiempo después al cambiar las cámaras me ahorré el dinero y el trabajo de volver a ponerlo.

Corrientes
Tras cruzar un gran puente sobre el río Paraná llega uno a la ciudad de Corrientes, viendo antes que nada la hermosa costanera que tiene. Tanto nos agradó que, dado que gracias a las pinchaduras habíamos perdido bastante tiempo, decidimos quedarnos a conocer un poco más. Preguntando un par de veces localizamos la entrada al club náutico Yacaré y ahí nos quedamos finalmente 3 días, bajo la inexpugnable mirada de don Francisco, sereno nocturno del lugar que, casi tan viejo como charlatán, nos dio indicaciones para llegar a todos los puntos de la ciudad.

Recorrimos el centro de Corrientes y hasta nos dimos el gusto de ir al cine, y la impresión que nos dejó la ciudad fue muy buena, con sus peatonales y costaneras que hacen que, sin ser una ciudad de gran tamaño, tenga para hacer un poco de todo.

Al llegar, mientras preguntábamos por campings, muchos nos recomendaban hacer 40 kilómetros más y llegar a Paso de la Patria porque ahí seguro había campings y era mas pintoresco. Cuando dejamos la ciudad, decidimos ver qué tal era ese pueblo.


Paso de la Patria
Lo pensamos dos veces antes de ir a este pueblito balneario porque esta muy cerca de Corrientes, no íbamos a avanzar prácticamente nada si íbamos hacia allá pero tanto nos lo recomendaron que le dimos una oportunidad, y no podía haber salido mejor.

Entramos sin saberlo por el camino viejo, que es el primero que uno se cruza yendo en dirección a Posadas, y que es de ripio mas o menos mantenido pero no da la mejor impresión. Nada indicaba que esa no era la entrada principal, y nada sabíamos del lugar, así es que al desembocar en un paraje sobre la playa donde sólo habían un par de casas y un camping, esa fue nuestra idea del lugar y nos encantó. Armamos la carpa en la arena y no hicimos nada, no salimos a recorrer, no preguntamos qué se podía hacer, estábamos ahí y estábamos bien.
Con unos días hermosos y ganas de descansar nos quedamos en la playa mirando la costa de enfrente, decidiendo si la isla que se alzaba entre ambas márgenes del río pertenecía a Paraguay o a Argentina (es paraguaya), leyendo, y escribiendo algunos capítulos anteriores de esta historia. Fue recién el día que nos fuimos que nos enteramos que había una entrada de asfalto, la principal, y que el lugar tiene un centro bastante decente con un montón de restaurantes, bares, ferreterías, farmacias y bancos que no conocíamos y no íbamos a conocer mas que la fachada mientras rumbeábamos para retomar la ruta 34 hacia Posadas.



Ituzaingo
Otra parada que fue decidida "al vuelo" fue la de Ituzaingo, mayormente porque estando ahí y pudiendo visitar la presa de Yaciretá en forma gratuita no queríamos pasar por alto la oportunidad. Acampamos en el camping municipal cuyo único punto en contra (importante) era no tener agua caliente por lo que había que ducharse de día y rapidito. Como ya es costumbre, nos hicimos amigos de todos los perros callejeros del lugar.

Al día siguiente visitamos Yaciretá. Interesante el museo y el paseo, no demora demasiado y vale la pena aunque no es una parada obligada.


Antes de irnos nos comentó el encargado del camping que ese fin de semana (estábamos a miércoles) iba a haber un gran motoencuentro, el más grande de la región, en la localidad de Apóstoles, a unos 80 Km. de donde estábamos, y que debíamos ir, que iba gente de todos lados, incluso de Brasil y de Paraguay. Lo pensamos, pero no daba quedarse tantos días esperando y la verdad de la milanesa, la cosa del motoclub y del moto encuentro y todo eso no es lo mio. Así que basta de preámbulo, nuestro objetivo eran las Cataratas y estábamos como a 300 kilómetros, así que hacia allí partimos.
Isn't she lovely?




El chaparrón en Wanda
El camino iba bien al entrar en las tierras coloradas. Pasamos de largo Posadas y seguimos hasta las ruinas de San Ignacio (absolutamente recomendable) y en el camino se veían signos de haber llovido, pero nosotros viajábamos bajo el cálido abrazo del sol. Un poco más adelante, el cielo nublado, un poco más, y una leve llovizna.


De repente un chaparrón pesado como pocas cosas y tuvimos que parar, llevábamos las mochilas y las bolsas de dormir descubiertas y se iba a mojar todo. Justo sobre la ruta vimos una parada de colectivo techada y otro motociclista que se había refugiado allí nos convenció de imitarlo. Charlamos unos minutos hasta que dejó de llover y nos dijo que ahí era así, que caía un chaparrón, luego paraba, luego otro. Sin mas remedio, seguimos, pero ahora la cosa estaba mas fea, porque tanto los autos y sobretodo los camiones que venían de frente o nos pasaban levantaban el agua del camino mezclada con ese suelo rojizo del lugar y quedábamos empapados y embarrados, ni hablar de que no veía nada por unos instantes. No conocía el camino, no veía bien y el cielo lejos de despejarse se cerraba cada vez mas, la situación no me gustaba nada y menos aún cuando a eso de las 7 de la tarde se largó otro de esos chaparrones poderosos.Esta vez, una YPF cerca de Wanda nos salvó de mojarnos, pero tuvimos que esperar casi una hora para que pare de llover (y siga lloviznando). Ya era de noche y seguir no me parecía una buena idea, pero por otro lado, ¡estábamos sólo a 60 kilómetros de Puerto Iguazú! La prudencia ganó, y preguntamos si podíamos acampar detrás de la estación de servicios, en un hermoso parque con pasto cortito que terminaba en una selva cerrada unos 12 metros mas atrás.

Aye y sus marisopas locas
Pasamos la noche, a la mañana seguro no llovería. Pero llovió. Igual que el día anterior, chaparrón, llovizna, nada, chaparrón, llovizna... Antes del mediodía nos decidimos, no tenía sentido quedarse más tiempo allí y aunque nos mojásemos ya estabamos muy cerca, no podía ser muy grave. Y salimos. Creo que 4 kilómetros mas adelante se puso a llover y no paró hasta Iguazú. Mis pies chapoteaban en el agua que tenía dentro de las botas y el resto de nuestros cuerpos igualmente mojados o peor. En un momento la lluvia se puso tan densa y espesa que dolía en el cuerpo y no se veía prácticamente nada. Las mochilas, carpa y bolsas de dormir las habíamos metido dentro de bolsas de consorcio así que no me preocupaban mucho, no se iban a mojar demasiado, pero al mismo tiempo pensaba: ¡da lo mismo! si cualquier camping iba a estar, si no inundado, muy embarrado como para hacer noche. Ya estábamos mentalizados en buscar algún hostel, lo que no sabíamos era que la lluvia que estábamos pasando iba a provocar la peor crecida de la historia en las cataratas de Iguazú.

Ruinas de San Ignacio



sábado, 9 de agosto de 2014

De La Rioja a Tucumán

La Rioja
La oficina de turismo dictaminó que había un solo hostel en la ciudad, pero Ayelén opinó distinto. Ella encontró otro buscando en internet y, como el primero estaba lleno, fue en el segundo en el que nos quedamos. Al llegar metí la moto al patio del hospedaje y cuando me bajé fui recibido por tres personajes que por su tonada no podían ser otra cosa que tucumanos. Los tres mosqueteros tenían edades de los 35 a los 55, y se encontraban en la capital riojana para participar de un torneo regional de golf. Picadita preparada y fernet en mano, me empiezan a preguntar que de dónde venimos, que cómo, que a donde vamos y por dónde me conviene ir, y en menos de cinco minutos ya teníamos Aye y yo sendos fernets y habíamos sido invitados al asado que en un rato nomas iban a hacer; según ellos carne había de sobra.

Los alegres deportistas
Compramos para hacer un poco de ensalada al menos para aportar algo, y hasta las cuatro de la mañana nos bancamos despiertos, después el cansancio nos pudo, pero estos excéntricos siguieron hasta mas de las cinco con la guitarra cantando zambas y chacareras, aún cuando aseguraban que a las 7 se tenían que levantar para ir a jugar el último día del torneo. Según la chica del hostel al otro día, no fue a las 7 sino pasadas las 9 cuando se levantaron, pero fueron a cumplir su cometido golfístico.

Los días siguientes fueron de trabajo y de un poco de paseo por la ciudad, cuyo centro es bastante pequeño pero se las arreglan para acomodar una par de peatonales cortas y una feria en una plaza central donde nos sacamos las ganas de comprar salamines, quesos y jamón crudo, ademas de un puñado de aceitunas rellenas, todo acompañado de pan casero también de la feria. Gran picada gran!

Estatua de una fuente en La Rioja
El último día conocimos a Madalena en el hostel, una francesa que dedicaba dos meses de su vida a recorrer Argentina y Bolivia. Fuimos a tomar algo por ahí y charlar un rato aunque no nos quedamos hasta tarde porque al otro día seguíamos viaje, la idea era retomar la ruta 40, que habíamos dejado para ir al Valle de la Luna, y continuar rumbo norte atravesando Catamarca. Al final la vuelta fue un poco larga y hubo que buscar lugar para pasar la noche...

El Eco-Campig
No, no hay un error de tipeo en el título, el cartel de la entrada leía "Eco-Campig", sin N, y en el interior había otro que decía "Campameto", de nuevo sin N. No sé si esto fue una cuestión voluntaria o no, pero no iba a ser lo único extraño de este lugar. El camping en el que terminamos ese día se encuentra cerca de San Blas de los Sauces, provincia de La Rioja casi en la frontera con Catamarca.

Aún era temprano pero teníamos delante nuestro varios kilómetros sin ninguna localidad, por lo que decidimos buscar un lugar para pasar la noche ahí mismo, y preguntando en una YPF nos comentaron del camping municipal que estaba, según nos dijeron, como tres kilómetros volviendo por el camino por el que veníamos. Hicimos caso y dimos la vuelta y pasados apenas unos 800 metros vimos el ya comentado cartel indicando que allí, a 50 metros por un camino lateral, había un lugar de acampe. Pensamos que quizás era éste el que buscábamos, que habían exagerado al calcular los tres kilómetros atrás, y entramos a preguntar. Me adelanté yo, mientras Aye esperaba en la moto, y fui recibido por un hombre alto, de ojos grandes y expresión seria, que con su mano en el hombro de uno de sus hijos me decía "Yo soy Eber, él es Matías, ¿como es tu nombre?" al tiempo que me ofrecía la otra mano a modo de saludo. Le respondo la cordialidad, estrecho su mano y me presento, aunque sin notar que mi mano izquierda estaba en mi bolsillo. Pero a Eber no se le escapa este detalle y me lo hace notar, preguntándome el porqué de la mano en el bolsillo... ¡qué se yo, ya estaba ahí! Le dije algo del frío en la moto para zafar y en eso entra en escena Ayelén, que con su brazo derecho venía sosteniendo ambos cascos por lo que ofrece la mano izquierda para saludar. Mala idea, Eber le pide "si puede ser, la otra mano..." y una vez concretado el saludo, pasa al frente caminando hacia el sitio de acampe mientras con Aye nos miramos pensando "el tipo está un poco tocado".

Eber habla mucho sobre su camping y su ONG "Niños Indigo", nos muestra las instalaciones y su estanque para cría de peces, su tirolesa, su palestra para escalada, un enorme juego de zancos mientras nos explica cómo éstos eran usados por los Mayas, nos dice que a quienes llegan al camping él les plantea un desafío que puede ser físico o mental (?), nos muestra dónde él corta el pelo (?!) mientras señala una silla de peluquero en el medio del parque (!!!), y continúa caminando por todo el lugar explicando todo tipo de cosas que nadie había preguntado. Todo lo que queríamos saber era cuánto nos costaba la noche ahí. Punto. Luego de mostrarnos un hall y unas camas que podíamos usar por el mismo precio, obtenemos la preciada información, cuesta 40 pesos la noche, pero entonces nos habla de que se puede pagar con trabajo, y que una vez discutió con un francés al respecto de eso y bla y bla... todo era confuso y no nos quedaba claro si al día siguiente íbamos a tener que labrar la tierra para ganarnos el pan o qué, lo único que pensábamos era en agradecer si sobrevivíamos esa noche.

Una vez que aceptamos quedarnos y Eber desapareció, nos pusimos a observar con mas calma el lugar: dos sillones de peluquero, uno en el medio del parque, el otro en el hall y con pelo cortado recientemente desparramado en el piso; afuera, un maniquí colgaba de un poste con una soga en su cuello, y una de las paredes del hall tenía empotrados huesos de animales. Bizarrísimo.


Pero por otro lado el lugar en sí, es decir las instalaciones, no estaba mal, de hecho estaba bastante bueno. Digiriendo un poco el torbellino de información randómica que Eber nos había dado, y haciendo caso omiso a cosas como el maniquí y otras pinturas de lo mas extrañas, podías ver un lugar verde, arbolado, tranquilo, con un estanque de peces, y un estar con una mesa de ping pong, música, una cocina grande y un arroyo que corría ahí mismo, dentro del hall. Se notaba que estaba todo hecho a pulmón y reciclando todo tipo de cosas, y estaba bastante bien. De repente el lugar ya no se parecía tanto a Crystal Lake, pero llegada la noche no pudimos evitar fantasear despertar en medio de la oscuridad y que este extraño personaje esté a los pies de la cama mirando en silencio, quizá con una máscara y un machete en la mano. Nada de eso ocurrió y al final no fue una mala experiencia, pero si alguna vez alguno pasa por ahí y se encuentra con este camping, ya saben qué esperar.

Las cumbres Calchaquíes
Quebradas de Belén
El día siguiente fue agradable en la ruta. Fresco por momentos pero con paisajes como las quebradas de Belén, que te hacían olvidarte de todo lo malo, e inclusive la temperatura subió al punto de tener calor ya llegando a Amaicha del Valle. Habíamos cruzado todo Catamarca y nos adentrábamos en tierras tucumanas serpenteando por la ruta 337 que parece que no va a dejar de ascender nunca. Pasamos el observatorio Ampimpa y nos detuvimos a mirar el paisaje. Nunca había visto cactus de semejante tamaño, desparramados en las verdes laderas de esos cerros que se perdían valle abajo. El camino que seguíamos iba a atravesar las cumbres Calchaquíes a unos 3000 metros de altura para llegar a Tafí del Valle, destino planificado para esa noche.

Subiendo las cumbres Calchaquíes
Pero algo me estaba inquietando, el embrague de la moto estaba demasiado largo, algo no estaba bien. Seguíamos subiendo y el camino ya era de cornisa, prácticamente sin banquina; yo sentía que el cable del embrague se iba a cortar en cualquier momento y, dadas las condiciones del camino, no era un buen lugar para que suceda, mucho menos si caía la noche y ya la tarde se estaba yendo. Así que decidimos parar, faltaban aún unos 30 kilómetros hasta Tafí, casi nada, pero me pareció mas prudente hacer noche ahí y al otro día con tiempo y luz, reparar el cable como pudiera para poder llegar a destino. Encontramos una pequeña explanada ideal para armar la carpa y terminamos de hacerlo justo con los últimos rayos de sol. Al examinar el cable con mas detenimiento sólo pendía de dos hilos de alambre literalmente, no creo que hubiéramos llegado a Tafí en esas condiciones.

Recuerdo que esa noche me levanté desvelado a eso de las 4 de la mañana, salí de la carpa y el viento que había habido mas temprano se había calmado, y la ruta que pasaba a escasos 30 metros de nuestra carpa ya no era transitada por casi nadie, entonces la calma del lugar era absoluta. La luna iluminaba todo, hacia abajo el valle se perdía en la lejanía adornada por unas pocas luces de Amaicha, estábamos en el medio de la nada, fue un momento mágico.

Cae la noche en las cumbres
La mañana siguiente fue todo lo contrario, mucho viento y mucho frío. Como pudimos desarmamos todo e hice lo posible para dejar la moto andando, iba a llegar a Tafí seguro, el problema ahora no era la mecánica sino el clima. A los pocos kilómetros del lugar que nos sirvió de campamento nos encontramos en medio de una densa niebla que trajo consigo un frío como pocas veces pasamos, y la visibilidad pasó a ser de menos de 4 metros. Íbamos despacio por no poder ver el camino y porque, debido al frío, se congeló el visor de mi casco y entonces tuve que sacárselo, luchando con todo el viento húmedo y helado en la cara. Poco tiempo después, en una de las pocas banquinas que tiene este camino, paramos para recuperar el aliento y nos dimos cuenta que teníamos escarcha en las camperas. Nunca me había pasado algo así, el lugar se llamaba "El Infiernillo" pero parecía ser una broma de mal gusto, nunca el infierno podría ser tan frío. Al día siguiente nos íbamos a enterar que en ese momento, estábamos a 10 grados bajo cero.

El improvisado campamento
Esperábamos que fuera sólo un tramo pero la niebla se extendía durante todo el camino, seguimos adelante y en un momento empezó a caer un granizo muy fino, como sal gruesa. En este punto dije basta, no sabía cuánto faltaba y ya sentía el hielo sobre el asfalto romperse mientras avanzábamos, estaba muy peligroso y el frío era muy intenso, así es que cuando al costado del camino vimos una casa y dos hombres en las cercanías, me bajé a preguntar si podíamos guarecernos hasta que pare un poco el temporal. "Esto está recién empezando, te conviene seguir" fue la respuesta de uno de ellos, agregando que Tafí del Valle se encontraba media hora más adelante. Siendo ese el caso, ¡sigamos!

Efectivamente, unos 40 minutos después llegábamos a una YPF en el corazón de Tafí del Valle donde por fin pudimos relajarnos un poco y recuperarnos del frío, y de paso comer algo que ya estaba bastante pasado el medio día.

Tafí del Valle
Después de haber recuperado energías del extenuante tramo para llegar, lo primero fue buscar alojamiento. Siempre la primera opción es campamento, pero dada la temperatura y la llovizna lo mejor sería encontrar un hostel. Terminamos en El Cardón, un pequeño hostal en el centro de Tafí. Fue allí que charlando con la dueña del lugar, nos contaron que por el Infiernillo, algunas horas después de que pasemos nosotros, hizo la escalofriante temperatura de -20°.

El inusual paisaje nevado en Tafí

¡Basta de nieve!
Un par de días estuvimos en este lugar mientras esperábamos que cambie el clima para poder seguir camino a San Miguel, así que aprovechamos para hacer un circuito por los cerros circundantes que nos costó una caída en la moto aunque no fue nada serio, sólo un resbalón en el barro. La gente nos decía que aprovechemos, que no muchos pueden disfrutar de ese paisaje nevado; nosotros ya estábamos hartos de nieve, íbamos al norte en busca de mejor clima, ¡no de más nieve! La tapa de los diarios de la zona titulaban con alegría que "no se recordaba una nevada así en 35 años". Evidentemente traíamos la suerte con nosotros para los eventos poco usuales.


San Miguel de Tucumán
Dos eran los motivos que nos llevaban a San Miguel: pasar a saludar a Horacio y Joaquin, y comprarme un casco nuevo, ya que dado el tamaño de la ciudad intuía que iba a tener buena variedad para elegir. Lo primero fue saldado parcialmente, lo segundo fue, a diferencia de similar intento en Mendoza, un éxito.

Tucumán desde el cerro San Javier

De Tafí a Tucumán
Pero sin duda la mayor sorpresa fue antes de llegar a Tucumán, el camino de montaña que separa esta ciudad de Tafí del Valle. Había leído con anterioridad sobre la selva tucumana pero por alguna razón no se me había ocurrido esperar este paisaje en ese lugar. No se bien cómo ni cuándo exactamente, pero al poco de salir de Tafí se encuentra uno en un camino de curva y contra-curva trazado en unos valles verdes de selva tupida y cerrada, un paisaje del que esperábamos asomaran velociraptores a los lados del camino o aparecieran dominando el cielo una bandada de pterodáctilos. No hubieron dinosaurios tucumanos en nuestro camino, razón por la cual, quizás, disfrutamos mucho de las breves paradas que le dedicamos a este tramo. Mas adelante, algunos kilómetros de llanura y luego al fin la ciudad.

Ya venía avisándole a Joaquin, un ex compañero de trabajo, la fecha aproximada de mi arribo, así que él se ocupó de averiguar por un hostel bueno bonito y barato bien cerca del centro donde nos quedamos alrededor de una semana. Al rato nomas de llegar nos encontramos con el Joaco, quien nos dio como primera indicación las coordenadas exactas de a dónde ir a comer un buen sánguche de milanesa, símbolo tucumano si los hay, cosa que hicimos inmediatamente.

Los días siguientes transcurrieron sin mucho mas que contar, aproveché para trabajar, Aye recibió una encomienda con su computadora para poder trabajar freelance en todavía no sabía qué, y después de varias idas y vueltas conseguí un casco decente a buen precio y dejé el anterior, con lo cual las probabilidades de matarse en el camino disminuían drásticamente. Joaquin nos iluminó en las finas artes de las empanadas tucumanas y los sánguches de milanesa, mostrándonos el camino a lugares como "El Kun", "Don Pepe", o "La Mora". Lamentablemente a Horacio, otro ex compañero de laburo, no pude verlo, pero no va a faltar oportunidad, si es que coincidimos en tiempo y espacio en algún otro momento.

"El Rulo" en el camino al cerro San Javier
Antes de irnos hicimos un hermoso recorrido y visita obligada para quienes van por estos rumbos, por el cerro San Javier pasando por Villa Nougués, similar en trazado y paisaje al tramo saliendo de Tafí pero mucho mas corto y cercano a la ciudad. Cien por ciento recomendable para hacerlo en moto y con buen clima como nos tocó a nosotros. Hay un par de rutas un poco mas largas que nos recomendaron, yendo por Raco hasta Lules, pero quedó en lista de pendientes.

Con el casco nuevo, la panza llena y el espíritu alegre, continuamos nuestro camino, nos esperaban tierras santiagueñas y luego el litoral argentino.