Nuestro paso por Chile fue, dentro de todo, breve, siendo Santiago nuestro único destino realmente y donde más tiempo nos quedamos. Quería visitar viejos amigos y por suerte terminamos haciendo nuevos. Eso sí, nuestra economía nos agradeció el momento de partir, Chile es, entre otras tantas cosas, caro.
Viña del Mar |
Osorno
El cruce de Villa La Angostura a Osorno es realmente espectacular. Como no podía ser de otra manera, nos llovió 3 de las 4 horas que tardamos en hacer el camino, pero aún así la belleza de ese lugar es palpable. Curvas y bosque y jungla y niebla, parece que King Kong va a aparecer en cualquier momento. Y muchos ríos y puentes, por suerte el camino está en óptimas condiciones e increíblemente no te lo cobran, porque vamos a decir la verdad, las rutas de Chile están en bastante mejores condiciones que la mayoría de Argentina, pero, ay, como te duele el bolsillo al recorrerlas. Definitivamente es un camino que vale la pena ser recorrido en moto, aún cuando los últimos 30 o 40 kilómetros, yendo hacia Chile, ya son de llanura.
Una noche en Osorno no le hace mal a nadie, pero definitivamente no te va a cambiar la vida. Tiene su plaza de armas con una fuente de coloridas aguas danzantes y un par de paseos comerciales, y no mucho más entre lo poco que pudimos ver. Cambiamos algo de dinero y a seguir por ruta 5, 1000 kilómetros de autopista nos separaban de Santiago de Chile.
Chillán
Al salir de nuevo a la ruta el dinero no abundaba en nuestros bolsillos, y con cada peaje la situación se hacía peor (cada peaje "troncal" eran $600 o $700 chilenos). No contábamos con tantos y al llegar al último, antes de Los Ángeles, ciudad donde pensábamos volver a cambiar billetes, teníamos sólo $500 en nuestro haber. Por suerte, dado que era un puesto de salida de la autopista, costaba menos, y llegamos al destino con tan sólo $300 chilenos, unos $6 argentinos. Luego de esto vuelta a la ruta 5 que todavía era temprano y podíamos seguir un poco más.
Merece la pena comentar nuestra estadía en Chillán sólo porque pasamos la noche ahí y por lo tristemente cómico que fue. Buscábamos un lugar para pasar la noche después de hacer unos 500 y pico de kilómetros de ruta. Quisimos acampar en una estación de servicio, o "bomba de bencina" y si bien nos dieron su autorización, el lugar estaba bajo un farol, y habían algunos camioneros con música, no parecía el mejor lugar para descansar. Un hombre salió entonces de una gomería y nos recomendó unas "cabañas" que lindaban con la estación de servicio. Fuimos a preguntar cuanto costaban y la respuesta fue "$10000, el rato..." (chilenos claro). "El rato". Ya se imaginan qué tipo de lugar era, cama empotrada al piso, espejo de baño con temática erótica (al menos a nosotros nos parecía un culo) y sábanas que mejor ni comentar. No es que seamos gente fina, pero apenas podía catalogarse de "telo" a ese conjunto de chocitas de madera en las que había que reírse para no llorar, fue así que dormimos en la cama, pero dentro de nuestras bolsas de dormir. Mariconeamos, sí, pero los quiero ver a ustedes en una parada de camioneros y prostitutas!
Santiago de Chile
Con la inigualable e insospechable, Loretta po! |
Íbamos directo a lo de Loretta, que vive exactamente en el extremo opuesto de la ciudad al que nosotros entramos. Utilizando tecnología PPS (pare, pregunte, siga) pudimos llegar a su casa justo al momento en que ella salía a comprar unas birritas para recibirnos, así que nos indicó donde dejar la moto, la esperamos volver, y nos pusimos al día en su departamento. Hacía cuatro años que no nos veíamos. Ya habiendo descansado un poco, fuimos a donde nos quedaríamos la semana que estuvimos allí, en la casa de Zaterio, a quien conocimos por medio de Loretta, y quien sin conocernos dijo "sí, no hay problema, usen mi casa y todo lo que en ella encuentren". Un grande, no?
Escuela Militar era la zona donde estábamos hospedándonos, que viene a ser la parte mas cara de toda la ciudad. Todo brilla, bancos, edificios y calles, y es el paraíso de las franquicias. Aquí es casi imposible dejar de pensar en cómo la mitad de la población (o quizás más) trabaja para servir a la otra mitad (o quizás menos) cada vez que ves uniformes de Starbucks, Dunkin Donuts, cafeterías, comidas rápidas, empresas de limpieza o cualquier otro servicio. Bien diferente es la situación en otras zonas, pero aquí el mundo brilla, para el que puede pagarlo.
Algo que me llamó la atención es la cantidad de motos nuevas que hay en Santiago. Muchísimas BMW, Ducatti, Yamaha o Harley Davidson. Fue entonces que me sentí como si fuéramos Gulliver y hubiésemos arribado al país de los gigantes, nosotros con nuestra magnífica pero viejita máquina entre el brillo y la tecnología de esos modernos bichos. Casi que nos miraban con extrañeza por andar aún en esta moto, pequeña en comparación, añeja sin dudas. Me imaginé yendo después a otros lares, mas humildes quizás, donde miren con extrañeza lo enorme e impresionante de nuestro vehículo, donde fuéramos nosotros los gigantes en una tierra de motos liliputienses, sin haber cambiado un ápice uno mismo. Se hizo tangible también ésto cuando llevamos la moto al taller de Johnny, el mecánico mas copado que existe, donde hay siempre una decena de motos grandes con la panza abierta, y a donde cualquier viajero en apuros (ya sea por arreglar su moto o por pasar un buen rato) debe acudir. Fuimos porque ya estaba cansado de llevar de paseo la alarma de la moto en el baúl (no alcancé a hacerla colocar antes de comenzar el viaje), y sobretodo porque Johnny dijo que para hacer la colocación me iba a cobrar unas chelas (cervezas). Genial. Así es que nos pasamos esa tarde ahí, en el taller en el que para entrar tenes que golpear con los pies (léase, tener las manos ocupadas, léase traer algo de tomar o comer... o tomar) hasta que mi Transalp salió con alarma instalada. Y cuando ya se iba la tarde cayó montado en su Aprillia Pegasso otro amigo entrañable, el Cochayuyo, o Rodrigo o Rodrimolles, a quien conocí también años atrás en mi primer viaje a Chile y con quien seguí en contacto a través de los años. Hacía también bastante tiempo que no lo veía, y fue así que entre todas las novedades me enteré que iba a ser padre en breve. Cómo pasa el tiempo, y uno que sigue boludeando...
En el taller de Johnny! |
Esa noche partimos con la tropa (Loretta, Zaterio y Rodrimolles) a un bar donde, quizá por vernos extranjeros, el de la barra nos regaló 4 entradas para ver al día siguiente a Chancho en Piedra, banda de rock chilena, pero lamentablemente el único que pudo disfrutar de esto fue Zaterio, nosotros no fuimos ya no me acuerdo por qué.
Junto al gran "Cazador" Rodrimolles |
Yo ya había visitado santiago 2 veces antes, una de ellas en moto, mi querida "Sofía", una Suzuki Intruder VS700 modelo 86, pero esta vez fue diferente, el recuerdo que mas me queda de esta visita es manejar en las autopistas, principalmente porque tenía que estar siguiendo a Loretta que anda volando en su BMW para todas partes. Fue como un "need for speed" a través de Santiago, de noche mejor aún. Por supuesto, mejor para mí porque no pago la circulación por las mismas, a los locales les cobran hasta $4000 chilenos, (unos $80 argentinos) cada vez que pasan.
Lo siguiente fue Valparaíso y Viña del mar por un día, volver a Santiago y planear la huida.
El cielo prendido fuego en el atardecer de Reñaca |
Valparaiso |
No nos pudimos despedir del gran Zaterio, quien además del pequeño favor de darnos alojamiento todos esos días, nos regaló un casco que ya no le servía y que a Aye le venía justo, pero le dejamos una nota con todos nuestros agradecimientos. Si lees esto, gracias de nuevo man! Aye terminó de equiparse con una campera que le compramos a Loretta, así que volvió al camino reloaded. Yo estaba aún con ese casco que duró mas de lo que se le hubiera podido pedir, pero ya a estas alturas daba lástima al que lo viera y miedo a nosotros, porque ya hasta se me hacía dificultoso ver a través del visor. Tenía que comprarme uno nuevo y pronto, veríamos de conseguir uno en Mendoza. El anterior de Aye se lo dejamos a Rodrigo antes de irnos, otro casco nunca está de más, según sus propias palabras.
Quedaba delante nuestro ni mas ni menos que la cordillera de los Andes para volver a nuestro país.
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