miércoles, 4 de junio de 2014

Ruta 3 - Parte 2

El Volcán


Laguna Azul

Fue el primer susto importante del viaje, creo que el mas grande, sin duda hasta ese momento al menos. Casi tiro la moto al volcán.

Ya vamos llegando!
Pensábamos acampar en Río Gallegos, pero al llegar, al igual que en Puerto San Julián, nos recomendaron seguir un poco mas adelante ya que no nos sabían dar la dirección de ningún camping en Gallegos y había un lugar a 60 Km que valía la pena conocer. Entonces sin pensarlo mucho, y después de mandarnos una buena hamburguesa con papas fritas (la comida saludable no es nuestro fuerte en el viaje... ni lo era antes, la verdad), fuimos hasta la Laguna Azul. Cinco kilómetros antes de la primera frontera con Chile, la segunda es ya en la isla de Tierra del Fuego, hay una salida que en poco mas de mil metros te lleva a una parada que merece la pena hacerse, una pequeña laguna en la boca de un volcán inactivo. El camino desemboca en un estacionamiento delimitado con troncos, y caminando unos 20 metros llega uno al borde de la ladera interna del volcán, hacia abajo a unos 100 metros la laguna. Bastante gente pasa dada la cercanía con la ruta 3 y el fácil acceso, de lo que no habían rastros era de un lugar para acampar.

La laguna, desde arriba
En Gallegos nos pasaron el dato de que se podía pasar la noche allí, pero la verdad no veíamos cómo ni dónde. Como no podíamos seguir porque no íbamos a hacer tiempo de llegar a ningún poblado para parar, consideramos pegar la vuelta hasta Río Gallegos, pero tampoco nos convencía esa idea, así que la decisión fue esperar a que todo el mundo se fuera y entonces armar nuestra carpa allá abajo, al lado de la laguna, en una playita verde que se veía protegida del viento. Llegar hasta allá no era tan trivial, había que pasar 2 alambrados y sobreponerse a la tierra suelta de la ladera del cerro, cosa que se complicaba mas aún estando cargados con la carpa, el baúl de la moto y las mochilas.

Quedaba un detalle que me incomodaba, la moto en el estacionamiento. Eran dos los problemas en realidad, uno, que la moto estaba muy lejos de nosotros y no podíamos verla ni íbamos a escuchar nada si alguien se acercaba hasta ahí, cosa improbable dado que este paraje está en el medio de la nada y es, como ya dije, un lugar de paso y nada más, pero aún así no quería dejarla tan sola. El segundo tema era que, dando por hecho que ningún caco nocturno iba a acercarse a la moto, gendarmería nacional estaba a tres kilómetros y yo tenía la idea de que si se acercaban a hacer algún control en la noche (por ejemplo asegurarse que nadie se quede en el lugar), iban a ver la moto en el estacionamiento por lo tanto iban a saber que había alguien ahí y nos iban a correr. Todo esto también muy improbable, pero me dejaba intranquilo. Así que con mucha resolución decidí dejar la moto lo mas cerca que pudiera de nuestro camping, en un lugar que, por la geografía del lugar, quedaba oculta para cualquiera que se acercase al estacionamiento.

Pasé la moto por un paso peatonal, siguiendo un camino que bordeaba, por unos 50 metros, los límites del volcán, hasta llegar a un lugar donde el camino se desvanecía y quedaba cortado por el primer alambrado. Ahí pensaba dejar la moto, pero quedó con una leve pendiente hacia adelante y, cargada con las valijas laterales era un poco pesada para empujarla sólo hacia atrás. Aye estaba abajo, armando el campamento en la playa y me daba cosa hacerla subir hasta donde yo estaba para pedirle encima que empuje la moto. Entonces lo más lógico fue para mi maniobrar hasta que la moto quedara apuntando en dirección contraria, y en pendiente positiva, cosa de poder salir a la mañana siguiente sin problemas. Me es difícil poner en palabras cómo sucedió exactamente, y menos aún mi desesperación creciente durante el proceso, pero el resultado es que, gracias a unas cubiertas gastadas, suelo de tierra suelta, moto cargada, y un boludo al volante, quedé en una posición donde la moto estaba con la rueda trasera a 80 cm del abismo, y si no mantenía los frenos apretados, por la pendiente se iba hacia la laguna, y probablemente yo con ella. Yo estaba incrédulo de cómo había llegado a esa posición y mil cosas me pasaron por la cabeza, ya veía la moto en la laguna y yo tratando de explicar cómo sucedió, cómo había arruinado nuestro viaje (ni hablar de la laguna) y perdido la moto a dos semanas de arrancar. ¡Y habiendo tirado la moto a un volcán! No me la habrían robado, ni chocado, no, el tipo iba a perder la moto por tirarla a un volcán. Pero basta de pensar en eso, tenía que sacar la moto, el corazón acelerado, todavía tenía la esperanza de poder sacarla a campo traviesa por la ladera del cerro que aún continuaba un poco más antes de volverse la planicie que reina el paisaje circundante. Puse primera y le metí... y la moto no salió pero al menos ya no corría peligro de caer, porque la rueda trasera se enterró y así quedó, paradita y yo al lado, rascándome la cabeza respirando un poco mas tranquilo pero aún sin saber como changos iba a subsanar la situación. Y para emporar las cosas, ya se hacía de noche.

Habíamos esperado a que todo el mundo se vaya del lugar para que no nos vean acampar, pero se nos había pasado por alto un pequeño grupo y entonces pasó una de esas cosas que son atribuibles a la deidad o la suerte, talismanes o karma, según la preferencia espiritual de cada uno. Sucedió que en el mismo momento que enterraba yo la moto, este grupo de dos chicas y tres muchachos subían hacia la salida, pero de los al menos 10 senderos que hay para salir, iban justo por el que estaba a un metro de mí. Descargué la moto (las maletas laterales) y sacamos la rueda del pozo, luego con la moto en primera me ayudaron empujándola y, presto! Tres metros mas adelante el suelo era firme, horizontal y el mundo me sonreía nuevamente. Les agradecí mil veces y bajé con las maletas como pude en la oscuridad, al llegar a la carpa Aye no entendía porqué estaba yo todo sudado, pálido y casi temblando, ella había visto unas maniobras locas desde abajo pero por la distancia no sabía qué había pasado. De a poco me fui calmando, pero lo que nunca volvió fue el apetito, así que nos acostamos sin más.

Al día siguiente, desayuno (sopa) y a levantar campamento que nos esperaba un largo tramo, íbamos a llegar hasta Ushuaia... o lo hubiéramos hecho de no ser por las tres horas que perdimos en la frontera. A la hora de esperar, vimos sumarse a la cola de gente a los ingleses de la BMW. Seguíamos un paso adelante.



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