sábado, 7 de junio de 2014

Por la mítica Ruta 40 sur

Río Gallegos

Estrecho de Magallanes, desde la isla
La llegada fue uno de los tramos mas complicados de todo el viaje. Salir de Ushuaia con el frío del paso Garibaldi, ir con cuidado a la altura de Tolhuin porque se estaba corriendo la Vuelta de Tierra del Fuego, el viento de Río Grande, el ripio entre San Sebastián y Onaissin, esperar la balsa para cruzar al continente (y mira si hacía frío que teníamos los labios morados), y finalmente manejar de noche hasta Río Gallegos con la luz delantera que había quedado mal acomodada desde Río Grande a la ida, cuando tuve que reemplazar el foco porque se había quemado. Salimos de Ushuaia a las 10 de la mañana, llegamos a Gallegos a las 11 de la noche, pero lo bueno es que teníamos recibimiento al llegar, Gerardo nos estaba esperando.

Birritas artesanales con Gerardo
Gerardo es un músico (y profesor de música) que yo conocí algunos años atrás gracias a que él organizó un recital en Gallegos donde iba a tocar con su banda y nos invitó a Embodiment, una banda de death metal en la que yo estaba tocando en esas épocas, para que participáramos. El contacto se había perdido ya tanto tiempo después pero, mira si es chico el mundo, cuando pasamos por Gallegos camino a Laguna Azul, la chica que estaba trabajando en la oficina de turismo resultó ser la hermana de Gerardo. Increíblemente me reconoció y nos quedamos charlando un poco, me pasó su teléfono, el de Gerardo, a quien le tiré un mensaje para ver si podíamos encontrarnos, lo cual no pudo ser en ese momento por cuestiones de tiempos de cada uno, nosotros ya seguíamos viaje y él estaba trabajando, pero para la vuelta le escribí con mas antelación y no sólo nos pudimos encontrar sino que nos hicieron un lugar en su casa, él y su mujer Adriana.
Al fin y al cabo! Cabo Vírgenes
Íbamos a hacer una sola noche y seguir camino a El Calafate, pero nos tentaron con ir a Cabo Vírgenes, último recodo austral de la parte continental de Argentina, cuna de la ruta 40 y con una pingüinera bastante grande. Pero lo que nos convenció fue las empanadas de cordero que, según ellos, preparaban en ese lugar.
Finalmente el restaurante estaba cerrado, pero las tres horas que se tarda en hacer esos 140 kilómetros (sí, no es una ruta con pozos sino un pozo con ruta) valieron la pena para estar ahí, en ese cartel de Ruta 40 kilómetro 0, y ver la cantidad enorme de pingüinos que se te cruzan por delante con su graciosa torpeza para caminar y los desaforidos gritos que pegan, vaya uno a saber porqué. Biólogos, expláyense.

A la noche comilona en un restaurante de Gallegos y luego sí, al día siguiente con la moto lista y después de las gracias y los abrazos, salir hacia la cordillera. Con Gerardo quedamos en volver a encontrarnos, quizás cuando su banda vuelva a tocar en Buenos Aires, quizás en alguna visita incidental, como fue la nuestra, no se sabe, pero eso es lo que me encanta de tener buena gente desparramada por ahí, que no se sabe cuándo, pero el momento del reencuentro llega.

Ruta 40 kilómetro 0, Cabo Vírgenes


El Calafate

Todo el trayecto fue con bastante viento, pero como el camino estaba bueno y era recto, así que le metí a 120 o 130 Km/h en varias partes (en general vamos a 100 o 110), como lo acusó luego el consumo de la moto. Al entrar al pueblo encontramos un camping y nos instalamos, pero había algo raro, no sabía qué todavía. armamos la carpa, inflamos el colchón y me saqué el buzo porque me dio calor y, ¡eso! ¡al fin buen clima! Miré al cielo, celeste, el sol calentaba, no había viento, podíamos andar en remera! Después de tres semanas de viento, lluvia y nieve, el clima nos daba un respiro, creo que por eso El Calafate nos dejó tan buena impresión. Las cosas seguían siendo caras, como en todo el sur, pero estábamos contentos.

Una visita obligada, y sin duda uno de los lugares mas impresionantes que hemos visto, fue el glaciar Perito Moreno junto con todo el paisaje circundante. Tal vez por haber visto ya muchas fotos de este lugar, o lugares como éste, uno cree que sabe qué esperar, con qué se va a encontrar, pero la magnitud de la escena, el tamaño del glaciar, son cosas que se tienen que ver en primera persona.

El camino al glaciar es por sí mismo bastante pintoresco, trocando la monotonía que teníamos en la ruta provincial 5 hasta llegar a El Calafate por un camino de montaña que bordea un brazo del lago Argentino en el cual no es raro ver, al estar ya aproximándose al glaciar, enormes trozos de hielo flotando solitarios después de haberse desprendido de la masa de hielo.

Otra cosa que uno puede ver en este camino, para sorpresa de Ayelén, son cóndores. Mientras íbamos avanzando por el camino, divisé un pájaro gandote que volaba a unos 60 metros sobre nosotros, y, sin otras intenciones que desasnarme en el asunto, se lo señalé a Aye y le pregunté qué era.
Casi se tira de la moto, se paró en los pedalines y golpeándome el hombro me dijo que pare. Saltó cámara en mano y sin siquiera sacarse el casco corrió al borde del camino y empezó a fotografiar al avechucho (para mi la clasificación de las aves se divide en dos: pajarracos y avechuchos). No fue el último que vimos antes de irnos de ese lugar, ni tampoco, por suerte, en el resto del viaje.

Un kilómetro antes de llegar al glaciar uno ya puede apreciar su inmensidad, hay algunos miradores en el camino pero al ver la masa de hielo, lo último que uno quiere hacer es retrasar más la llegada. Estacionamos la moto, tomamos una de las combis que te acercan a las pasarelas, y caminamos hasta el primer balcón. No había demasiada gente, pero sí un número que en otra situación hubiera supuesto ruido, gritos, y todo tipo de molestias que la gente en grupo ocasiona, pero, sin embargo, eso no ocurría aquí, la gente estaba imbuida en un silencio contemplativo, llenándose los sentidos de todo eso, esa paz que era sólo interrumpida por algún esporádico desprendimiento de hielo que ahora sí, sacaba a los observadores de su ensueño, y entonces gritaban, comentaban, suspiraban, y volvían al silencio. Son estos lugares los que recargan las pilas y justifican los fríos, las lluvias y los vientos de viajar en moto. Son estos "llegares" los que justifican también las penurias futuras.



Aye socializando con los locales
No pasó mucho mas, de vuelta en el camping cruzamos palabras con algunos otros viajeros, dos yankis en unas XR 600 modificadas se habían venido desde Alaska, una familia chilena en un motorhome de lujo, decorado de forma que parecía el living de una casa antigua, y otra familia también en una casa rodante quienes venían desde Puerto Madryn. Siguiente parada, El Chaltén.


Y casi me olvido, en este punto, y lamentablemente por un breve recorrido, se nos sumó a la aventura Ruperto, un ajado oso de peluche que apareció cerca de la carpa, y alegremente nos acompañó hasta Bajo Caracoles.

¡Bienvenido a bordo Ruperto!


El Chaltén

Mientras bordeábamos el lago Viedma resaltaba en la cordillera una figura por sobre las demás, paramos un momento para mirarlo, muy lejos aún, pero no quería seguir sin dedicarle un instante. A medida que seguimos adelante nos dimos cuenta que la ruta doblaba e iba directamente a él, y que era ni mas ni menos que el cerro Fitz Roy. Ya estando cerca, y con un día despejado, se mostraba en toda su grandeza, con algunas paredes nevadas y secundado por el cerro Torre, tan cerca y tan altos los dos que el efecto visual es muy singular.

Cerro Fitz Roy
Camping nuevamente, otra vez la a esta altura rutina de desarmar y armar la carpa, inflar colchón, desenrollar las bolsas de dormir y acomodar el resto de los petates. Ya el tiempo nos presionaba un poco porque Ayelén tenía un vuelo desde Bariloche a Buenos Aires con fecha fijada, por eso debíamos llegar para ese día. Dicho esto, no le dedicamos a El Chaltén todo el tiempo que hubiésemos querido, sólo dos días, en los que fuimos hasta el lago del desierto y la laguna y el glaciar Huemul, lugares increíbles. Quedó mucho sendero pendiente, pero eso siempre es buena excusa para volver.

Camino al Lago del Desierto

Vista de la laguna Huemul, desde el glaciar Huemul



Bajo Caracoles

Éste es un lugar obligado para todo viajero en moto, porque es un punto en el medio de la nada donde uno puede cargar combustible, sino difícilmente llegas a cubrir los 350 kilómetros que separan Perito Moreno de Gobernador Gregores. Literalmente, Bajo Caracoles son 5 casas, un hostel, un camping y un hotel, además de los antedichos surtidores de nafta, que vale mencionar son bastante pintorescos porque tienen mil calcomanías de cada aventurero que pasa por el lugar. Llegamos a eso de las 8 de la noche, por lo que no hubo mucho que discutir, nos quedábamos a pasar la noche ahí. El tema es que tanto el hostel como el camping estaban cerrados, y la única opción era el hotel, que no era de lo mas barato, $400 la habitación doble.

La mañana siguiente se mostró cubierta de nieve, pero mas sorprendente fue que al preguntarle al encargado de la cafetería del hotel si eso era frecuente, nos diga que no, que allí no nieva nunca. Indudablemente el clima se había empecinado en hacernos sufrir, y nosotros nos encabronamos más en seguir nuestra aventura. Fue ahí cuando nos acordamos del pobre Ruperto! Nuestro acompañante de felpa quien se nos sumara en El Calafate había quedado a la intemperie, sobre una de las cajas laterales de la moto, pero al ir a buscarlo, no estaba. No estamos muy seguros de si ese oso tenía vida propia y nos usó para viajar hasta allí y luego seguir su camino por otro lado, o, lo mas probable, se lo quedó el encargado de la cafetería, quien sonaba ligeramente sospechoso cuando decía que no había visto ningún oso.

¡Hasta siempre Ruperto!
Viendo que no paraba de nevar, a eso de las diez y media de la mañana montamos nuevamente sobre la moto y salimos buscando la claridad del cielo que se veía adelante. Mirando hacia atrás, el cielo cerrado y pesado auguraba nieve para al menos unas horas mas. Fueron sólo unos kilómetros más, hasta que dejamos atrás la nieve, pero el frío siguió con nosotros todo el recorrido hasta Gobernador Costa.




Gobernador Costa

Otra vez, parada obligada por las distancias y la noche. Encontramos un hospedaje relativamente económico, pizza casera y estacionamiento para la moto, no necesitábamos más.


El Bolsón

¡Hace frío! Llegando a Esquel
El destino original para ese día era Esquel, y de hecho allí llegamos y comimos al medio día. La entrada fue, aunque muy fría, hermosa, porque la misma nevada que nos agarró en Bajo Caracoles fue la primera nevada fuerte ahí, y estaba no sólo el cerro lindante a Esquel sino todo el campo en los alrededores cubiertos de un manto blanco. Como dije, éste era el destino planificado para ese día, pero el clima ya había mejorado y estábamos cerca de El Bolsón, donde nos estaba esperando mi viejo (él vive ahí, al pie del Piltriquitrón), de manera que para no arriesgarnos a llegar con lluvia -ya habíamos tenido suficiente mal clima- seguimos adelante.
El camino es impresionante, ya llegando a Esquel la ruta cambia la monotonía del desierto patagónico por montañas, curvas y algunos árboles que ya cerca de Epuyen son bosques y valles verdes con salientes de piedra y miradores, imposible no parar y sacar algunas fotos.

Ya en El Bolsón hice memoria par allegar a la casa de mi papá, que está en realidad en la comuna Golondrinas y si no conoces el lugar es complicado llegar por la poca (nula) señalización de calles. Pero lo hicimos y ahí nos encontramos con mi viejo, Eduardo, su mujer Nerina y sus tres hermosas perritas, Belcha, Shuri y la Popi. Y fue, lejos, la parada mas larga de todo el viaje, en total nos quedamos un mes abusando la hospitalidad de mi padre, aunque él estaba contento cada vez que le decíamos, "bueno, quizás nos quedemos unos días mas".


La razón de esto es que Abril iba a ser el último mes de trabajo para mí, al menos con la empresa en la que estaba en ese momento, entonces para aprovecharlo al máximo y facturar un poco mas, que viajar no es gratis, decidí trabajar a tiempo completo todo ese mes. Definitivamente valió la pena, hacía tiempo que no convivía tanto con mi viejo, y nos dio tiempo inclusive a dejar los cimientos de una deck de madera que va a añadir a su casa, ya veremos cómo la termina.


Llegando al Cajón del Azul
De camino al Cajón del Azul nos mataron a Jorge, un hermoso perro "manto negro" que encontramos al inicio del sendero y nos acompañó hasta el refugio del Cajón. Aparentemente Jorge, así lo bautizamos, había matado ya un par de ovejas del dueño del refugio y éste, con dos tiros de calibre 22 a quemarropa, le pasó factura.
R.I.P. Jorge
No hubo mucho que pudiéramos haber hecho, se la tenía jurada, pero me quedó un dejo de culpa, pobre Jorge, fue hasta ahí con nosotros, se quedó echado en la puerta como esperándonos, y yo vi con normalidad cómo este tipo salía con el rifle, aunque no supe bien para qué hasta que su colaborador, en el interior del refugio, nos dijo que sí, que seguramente salió a matar al perro. Acto seguido, un disparo, y un flaco que dice que por el sonido eso era aire comprimido, no disparos de verdad, salgo y veo el rifle a metro y medio del perro, moribundo en el piso, mirando con dificultad a su verdugo, y éste que lo remata con un segundo tiro en la cabeza. Me quedé helado, no sabía que hacer... no era mi perro pero a la vez, si sos como yo, le agarras enseguida cariño a esos perros independientes, alegres, inteligentes, que se te acercan y es como si hubiera estado con vos toda la vida... y ahora por seguirnos a nosotros, se habían terminado sus aventuras, su alegría y su libertad.
Nacimiento del cajón
Volví a entrar, casi pálido, era un poco tarde para seguir caminando pero tal vez llegáramos con luz hasta el próximo refugio montaña arriba. Cuando Aye me preguntó qué me pasaba y le dije que habían matado al perro, no hubo dudas, nos vamos. Al día siguiente, habiendo hecho noche en el refugio El Retamal, le hicimos una pequeña pila de piedras en su memoria en el Paso de los vientos.

Otro recorrido, aunque frustrado, fue el del parque Los Alerces. Frustrado porque pensábamos acampar unos días ahí y tomarnos unos días para recorrer los senderos del lago Futalaufquen y del lago Verde, pero lamentablemente, cada 70 años (si, 70) florece la caña de coihue, y hay superpoblación de ratones, por lo que cierran el parque por peligro de Hanta virus. Así es que no, no pudimos ver mucho mas que lo que se ve del camino, y después de vuelta a la casa de mi progenitor, solo por unos pocos días mas.

Parque nacional Los Alerces

La moto merecía ya una revisión por alguien que entienda un poco más que lo básico que yo sé de ella, especialmente por ese tema del consumo de aceite que mencioné antes, que era bastante parejo pero a mi me parecía excesivo: medio litro cada 1000 Km. Hablé con Fabián, amigo de La Plata y que sabe del asunto, y me dijo que podía estar baja de aros e incluso me averiguó el precio de los nuevos. Pero el mecánico que conseguimos en El Bolsón, y que me inspiró mucha confianza, me dijo que la moto estaba de 10, que averigüe bien por ese tema porque muchos vehículos tienen un consumo normal de aceite, y que mientras se mantenga parejo no debería haber mayor inconveniente que llevar una botella y recargarle cada tanto. Y así fue, un poco de googleo y consultas en foros de transalperos y resulta que mi viejita pero buenita está en un rango saludable de consumo. Algunos ajustes mínimos y una buena limpieza y quedó mas linda que nunca! Lista para seguir devorando kilómetros.

Fue un tiempo de comer mucho y hacer poco, pero el confort tenía que terminar al tiempo que nosotros teníamos que seguir, a esta aventura todavía le quedaba mucho por delante.




Villa La Angostura

El camino de El Bolsón hasta acá sigue siempre increíble, verde y entre lagos, pero cobra especial esplendor cuando llegando a la villa se bordea un brazo del lago Nahuel Huapi, y eso que estaba nublado cuando llegamos! Una vez mas paramos para preguntar por campings y terminamos parando en el camping municipal del lago Correntoso, que aunque estaba cerrado, es decir sin servicios, era un hermoso lugar para parar.
Lo único en contra, el frío, mucho frío. Pero, habiendo aprendido del sufrimiento mas al sur, esta vez veníamos equipados con dos aislantes y una manta polar que cubría todo el colchón. Fue la prueba de fuego, si esto no funcionaba, entonces no valía la pena seguir acampando al menos hasta estar mas al norte, pero funcionó, hasta te diría que dormimos calentitos, cuando afuera hacía una rosca importantísima. 

Nos quedamos tranquilos, al menos el frío y la lluvia ya no iban a ser obstáculos para acampar.

Dos días ahí y la extensa planificación del viaje dictaba unos días en el camino de los siete lagos, pero como el clima estaba feo decidimos que ni valía la pena, es mejor verlo en otra época que sufrirlo por capricho. Había llegado la hora de cruzar la frontera nuevamente, de cruzar la cordillera por tercera vez en el viaje, de ir a tierras chilenas de nuevo.




2 comentarios:

  1. Me lograste poner ahí, al lado tuyo cuando ese turro mataba a Jorge. Sentí la culpa que sentiste, que es la que sentiría cualquiera al que le gustan los perros. Pobre pichicho.
    Muy buen relato. De a poco voy leyendo el diario de viaje. Abrazo! Saludos a Aye.

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  2. Caro Martin, yo ya hiso este viaje desde San Pablo-Brasil, entre 10/02 hasta 30/03/2013. Fué una experiencia maravillosa y tanbién hiso un blog con el => renatomecca.blogspot.com.br . Por lo que veo en su blog, no solo el viaje fué muy hermosa como aventurera, como tan bién cuenta en su blog. Su narración és de un literato, con muchos detalles y emoción a cada segundo. Leir su blog fué una nueva viaje que hiso y que me dejó muy feliz, contento por la oportunidad de revivir todos los encantos de la naturaleza de esta región única en el mundo! Muchas gracias por todo! R. Mecca.

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